Te han contado que Cristo no existe?

Porque al morir en la cruz, seguramente sabía que todo acababa en ese momento.
Si todavía estuviera, no conservaría en la memoria todos los males humanitarios, que humanamente hemos acrecentado.
Menos aún abandonaría el resentimiento de haberse sentido ultrajado, porque cuando existió era otro humano.
Cristo podrá reprocharme como he vivido porque no seguí sus reglas y actúe siempre por impulso y pasión.
Tal vez me repruebe y me arrojé al foso de su desprecio.
Pero, esto es algo curioso: el que me contó que no existe me dio una esperanza.
Me devolvió la alegría, pues al creerle mi temor desapareció.
¡Por fin podré vivir mi vida!
¡Por fin guiaré mi propia barca!
No está ahí el juez etéreo y eterno que castigará mi alma.
No me señalará, ni juzgará, ni tampoco me despreciará.
Pediré perdón cuando amerite hacerlo, no cuando su ley confusa lo reclame.
Mas no me alegro del todo: sé que alguien lo necesita.
Entonces es cuando lo pienso y resucita.
Así que parece ser, que del todo no ha muerto.