Caía el primero de ellos, suave, displicente, sin motivo ni objetivo. Era el primero y no conocía cuál seria el último. Caía bailoteando, jugaba con la brisa, no temía tocar el suelo. No tenía conciencia y tal vez por ello sonreía sonrojado, no esperaba. Vendrían el segundo, tercero, cuarto... no me quiere... todos ellos intrascendentes, todos pasarían sin pena ni gloria por el camino que los llevaría hacia el precursor. Siempre que se desata uno, conoce seguidores que temerosos de ser los primeros, esperan algún valiente que comience, pues unirse siempre es mas fácil. Y luego de ellos, las masas... me quiere...; si, claro, es normal que cuando alguien valiente y carismático comienza tarde o temprano alcanza la popularidad. Sin embargo no esperaba al primero, ni al segundo, ni al tercero; todos ellos no hacían mas que bulto en la tierra, o se dispersaban cuando soplaba viento. El último marcaría el rumbo, no por el dicho clásico del perdedor, no creía en eso de "los últimos serán los primeros", solo que esta vez por raro que parezca esperaba al último. A ese orejón del tarro y la suerte que me traía, a ese tímido que necesitaba ir al final para tomar coraje, saber que opinaban los demás para dar su veredicto. Como yo tal vez, que también soy tímido y por ello necesito ese veredicto.
No me quiere... y tal vez por eso su caída fue la mas lenta, la mas triste. No me quiere, y nada podía hacer para remediarlo, todo era en vano. Desee por un momento nunca haberme sentado en aquella raíz inmensa, quise nunca haberme enamorado, no haber nacido... o tal vez no haber nacido en este lugar. Quise no querer, no llorar. Pero cayó la primera antes de que me fuera corriendo, justo encima del juez. Ellos sabían que hacer, sin pensar lo sabían. El próximo bajo aquel árbol se iría con una sonrisa
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