WOODSTOCK [Lourdes Rensoli Laliga]
A los nacidos entre 1945 y 1956,
incluyendo a los renegados
Pocas veces carece de belleza
una historia pasada
cuando irrumpen los adolescentes
para asumir la carga de su propia tutela
frente al orden y al siglo,
frente al mundo.
Habla Krishna:
Yo les presté mi flauta y mi floresta,
mi alegría infinita
a cambio de un amor irrealizable
al color, al estruendo,
a las sutiles vibraciones del bosque
ocultas en las danzas de mis gopis,
en los cascabeles que ornan sus tobillos.
Los libré de su infancia
por tres días, envueltos en el más fino velo
de cuantos maya teje.
Coro:
¡Amor y paz! ¡Fuera la guerra!
Formen con flores su preludio
aquellos que nos siguen,
viene volando el siglo
del Cristo musical, hecho de cantos,
invocado
por guitarras, metales, un zodíaco
urdido por el rock.
Uno:
Yo estuve allí, sobre la hierba,
acariciando manos, rostros,
senos y muslos suaves como melocotones,
muriéndome con ellos, desde ellos,
mecido por el ritmo de la guitarra eléctrica
y me deshice en luz.
Coro:
Nos condenaron
nuestros padres y abuelos, a estar solos.
Huimos de la casa,
nos bañamos desnudos en estanques y ríos,
ordeñamos cometas,
nos fumamos su estela luminosa.
Su polvo nos llevó hacia las galaxias
donde se vuelve un punto cada cuerpo
y a voluntad transmuta en animal o planta
o en forma caprichosa.
Uno:
Nuestro cabello fue nuestra corona,
nuestra ropa, el aviso que nadie más oyó
cuando robamos noches, madrugadas
a una vida compuesta con leyes decadentes
que nos ahogarían en la furia
del último estertor.
Otro:
Yo te hice sueño,
tú te guardabas para el velo blanco,
las fotos, el altar, los azahares
y regalaste al prado
tu sangre virginal, en la nostalgia
de una segunda vida.
Ella:
Supe bien el valor de aquella única
ofrenda a un porvenir que no vendría.
Me condenó a mentir, a llevar cargas
que ya nadie comprende. Te marchaste,
después vinieron otros, pero el culto
no volvió a ser sagrado.
Coro:
Nos marcó la fortuna para torcer el siglo,
límite entre dos eras, diminuta
partícula del kalpa.
Temíamos que Brahma despertara
antes de terminar nuestra contienda
contra cuanto pudiera parecerse a la dicha.
Uno:
Nuestros hijos no entienden
el esplendor de la total ruptura
con el temor secreto de estar equivocados,
inconfesable, que derrumbó límites
hasta creernos locos.
Coro:
Nos perdonó la luna,
hizo señas a Dios
y El fingió no advertirnos
pero nos escuchaba.
Jimmi está ahora a su lado
y dicen que es feliz, que algunas veces
le suplica que vuelva atrás el tiempo,
sólo una vez, a los tres días de agosto,
para tocar de nuevo su guitarra
--lo único que le falta al Paraíso--.
Tim también le ha jurado
que, si puede volver, cumplirá el voto
de imitar a José, ser carpintero
como siempre anheló.
Janis no quiere nada: halló el vacío,
no la unión ni el amor, nunca fue mística,
no deis crédito a mitos.
Keith recorre la luna, como siempre,
la creía su madre,
por eso procuraba desprenderse
de la Tierra, su exilio, su cadena.
Muchos están con ellos. Los restantes
no tuvimos la dicha de ser jóvenes
hasta la eternidad.
Los muertos
Paz a vosotros,
a nosotros también. No hemos tenido
tiempo de disfrutarla, en nuestro sitio
no se conoce el tiempo.
El paso fue muy fácil: flotar sobre la carne
un instante, una hora, todo un día.
Por fin, sin sentir mucho, deslizamos
el aura hacia el girar de las esferas.
En un vértigo ardiente, inusitado,
vimos lejos, tendidos nuestros cuerpos
y nos dejamos ir.
La jeringuilla
quedó como testigo.
Richie, Arlo, Joe Cocker, Joan Báez
pueden contaros más, porque conocen
el peligro de ser de nuestra raza.
Quizás no sea la vida
precisamente un don, pero la amábamos,
tratábamos por eso de sentirla hasta el límite,
porque cada mañana la negaba
y cada atardecer, de un solo golpe,
la convertía en polvo,
y buscamos el rayo, el paroxismo
donde se toca el centro de la música,
donde escuchamos luces de color ignorado
y aspiramos sonidos inaudibles
para vosotros, náufragos
del barco de la muerte,
que os recogerá, sin duda alguna,
a la hora precisa.
Coro:
No nos importó el tibio confort
de una existencia cómoda,
con vacaciones y domingos lentos
y aburridos crepúsculos, a precios rebajados.
Un día, nuestros padres fueron en nuestra busca
porque los hijos pródigos
no querían volver
y pusieron su hacienda en nuestras manos,
su anillo y su grillete en nuestro dedo.
Hoy ya no somos más. Cuando evocamos
los tres días de agosto, nos hiela la vergüenza.
Siempre seremos parias de la vida segura
añorando un desorden tejido por el Eros.
Fuimos bellos, terribles, sucios y deslumbrantes,
pero nunca guerreros convencidos
porque la extraña fuerza de una era
nos impulsó al combate.
Baby's boom,
baby's boom, poor baby's boom.
Krishna:
Con uno de mis cabellos hice el bosque,
con otros, las cuerdas de vuestras guitarras,
hice el rock de mis huesos,
envié hacia vosotros mi altar
y a Ravi, sacerdote de mi culto.
Os mandé obrar,
obrar es el primer dharma del hombre
y no tuvisteis fe. No más un trecho
pudisteis recorrer. Lo suficiente
para que vuestro curso quedara detenido
en uno de mis rostros, el que visteis
a los mil novecientos
sesenta y nueve años
de mi muerte en la cruz.
Vuestro castigo
será saberos solos,
ajenos a los padres y a los hijos,
y a los contemporáneos, que callan cuanto saben.
La historia será justa en casi todo
y os llamará cobardes, indecisos,
víctimas de principios honorables,
de ansias indefinibles,
del acaso
y de la libertad.
Coro:
Los siglos venideros no sabrán entendernos,
les bastará ignorar que nuestra obra
les dio el derecho a ser, que nuestra angustia
es el agua que beben y los limpia
de su poca clemencia. O nos darán
una gloria dulzona, como a cualquier pasado
al que presta sus galas la memoria,
como engendra las sagas,
y nos hará cruzados de virtudes
que Mike Lang no arrendó, ni Mr. Yasgur
soñó con rechazar.
Nuestra mortaja abigarrada, hiriente,
llena de flores mustias,
impregnada de tantos decibeles
que ensordeció los vientres de las jóvenes,
será la más preciosa reliquia de los santos
descendientes del sueño, cada veinte estaciones,
cuando peregrinar a Woodstock
redima del pecado de ser hombre
y no haberlo entendido.
Nos volveréis a ver a medianoche,
del quince al diecisiete
del dos mil novecientos sesenta y nueve. Entonces
encended las hogueras, preparad
sangre, sudor y lágrimas,
nada de heavy metal, de rock sucio.
Retornarán Sweetwater, Canned heat,
The Band, The grateful dead, The who, Keff Hartley,
los ídolos humildes, derrotados,
y los que se vendieron.
Retornarán Santana, Crosby, Credence,
Sly and the family stone. Ravi Shankar señalará el momento
y Krishna bajará como jinete,
como Kalkin el juez, como el terrible,
a limpiar nuestra frente con la sangre
de los que levantaron la muralla
entre el tiempo y nosotros,
the Holy Baby's Boom.
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