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Dejó el coche en el estacionamiento de Vips con tres alarmas. Tomó un periódico y echó una mirada hacia la mesa que la tarde anterior había ocupado con Marisela. Todavía sentía el cansancio del paseo que después de invitarla a comer hicieron por todo Insurgentes. No le gustaba caminar, pero Marisela era una chica distinta y no podía, todavía, llevarla en su coche, más que nada por la diferencia de edades y por ser la primera vez que ella había accedido a salir con él. Acababa de cumplir 72 años y ella andaría a lo mucho por los 50.

Pagó en la caja el periódico y se dirigió a la farmacia que en ese momento atendía una señorita en bata blanca. "No debe darme pena alguna --pensó-- a mi edad debe ser usual y esta chica estará acostumbrada". Se acercó a la muchacha que despachaba.

--¿Tiene Viagra?
--¿Cuántas? --preguntó ella.
--Una caja --dijo Hermelindo con seguridad-- ¿cuántas vienen?
La chica de la bata blanca, que andaba por los 40, disimuló una sonrisa.
--Una.
--No, qué cuántas vienen en cada caja --en este momento comprendió que podía ser una impertinencia haber hecho la pregunta, la señorita no tenía por qué conocer el contenido y ofenderse con razón.
--Una... en cada caja viene una, señor, ¿cuántas cajas desea el caballero?
Estaba claro que era la primera vez que él compraba Viagra y que la señorita había vendido muchas cajas.
--Una, una caja, por favor.

Al llegar a la oficina, Hermelindo abrió la bolsa de plástico, sacó la caja, sacó la pastilla y la guardó en el bolsillo del encendedor de su saco marrón. Pensó: “Un diamante azul tan pequeño y un efecto tan grande”. Entonces, llamó a Marisela y se preparó para la cita.

Cuando entraron en la habitación de aquel hotel de paso, Hermelindo se sentía mal. Habían tomado varias copas y, así, no era extraño que Marisela no se diera cuenta de dónde estaba hasta que llegaron. Por eso ella se había encerrado en el baño nada más entrar. Hermelindo apagó las luces fuertes y en la casi oscuridad se quitó el saco. Al hacerlo se sobresaltó. La voz de Marisela emergió de la puerta del baño entreabierta.
--¿Estás listo?

Hermelindo se había cambiado de traje, llevaba ahora el gris oxford que acababa de comprarse.. “¡La pastilla!”, pensó horrorizado.

--Te traje un regalito, mi amor --la voz de Marisela sonaba a sirena-- te lo dejo aquí, ábrelo mientras yo me acuesto.

Hermelindo no había traído regalo y sintió que se derrumbaba: sin regalo y sin pastilla. Entró en el baño y calculó si su cuerpo cabía por la ventana, pero era un cuarto piso y abandonó la idea. Encima del lavabo brillaba un estuchito plateado con un condón lubricado. “¡Qué mujer!”, pensó Hermelindo, “¡Qué prudente! ”. Tomó el estuche con su mano derecha mientras con la izquierda buscaba lo que no encontraba. Algo de debajo del condón cayó al suelo, con la vista Hermelindo lo siguió, dio dos vueltas y se detuvo: un diamante azulito se hizo grande y más grande ante la mirada sorprendida de Hermelindo, Lo tomó, lo tragó y asomándose por la puerta le gritó a Marisela.
--Estoy listo.

Y mientras se acostaba junto a ella pensó: “¡Qué mujer! ¡Qué previsora!”

Han pasado tres años y Hermelindo y Marisela se siguen amando, sin condón y, algunas veces, sin Viagra.

Texto agregado el 20-05-2005, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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