El viento Yakuzeo, harto, ya, de ser el único responsable de llevarse las palabras que debían ser olvidadas, comenzó una huelga a la japonesa. Arrastró al olvido, como siempre, las palabras que no habían sido pronunciadas por ninguna boca humana, sino por el odio y la ira, se llevó también unas cuantas desafortunadas promesas de amor eterno de jovencitos apasionados. Hasta ahí todo bien, pero después arremetió contra todas y cada una de las esdrújulas indiscriminadamente y aunque algunos estetas calificaron de extraordinario el espectáculo de nenúfares voladores, la situación se tornó del todo insostenible cuando el Yakuzeo en su delirio febril empezó a confundir significados y significantes, y a voltear por los aires balandros, tejas y crías de ñu. Los gobernantes que quedaban aún con los pies en la tierra presentaron un decidido escrito de protesta a la comisión de vientos.
Como respuesta obtuvieron una excusa a todas luces insuficiente:
Disculpen las molestias ocasionadas por el niño.