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Buenos Aires, un sábado de enero de 195...

¡Largaron!

Fue la exclamación, que en la voz del relator oficial del hipódromo de Palermo, salió por los altoparlantes coreada por la multitud que colmaba las tribunas, en aquél soleado y caluroso sábado de verano. Al largarse la sexta carrera, el sol reverberaba sobre la arena. Allá en el palo de los novecientos un nutrido grupo de chaquetillas y gorros multicolores avanzaba velozmente moviéndose al unísono, como si se tratara de un monstruo multicefálico deslizándose por un riel lateral. A medida que avanzaba el pelotón, el clamor de miles de gargantas se extendía como una ola desde la popular al paddock. Monocorde, la voz del relator, un tanto tapada por el vocinglerío del público, decía:

-El 2 adelante por los palos, el 4 por el centro y el 7 por afuera casi en una misma línea, mas atrás un pelotón nutrido: el 8, el 3, el 9 y el 12 en ese orden, cerrando el 6 y el 11, palo de cuatrocientos metros, el dos marcha primero seguido a medio cuerpo por el 4, dos cuerpos atrás el 7.

Los gritos de la afición arreciaban alentando a quienes habían jugado, siempre nombrando al jockey y acompasando con el brazo extendido en alto, el tradicional latiguillo turfístico de ¡¡viejo nomás!!
Hombres, mujeres en menor cantidad, de las mas variadas edades y clases sociales se mezclaban en la baraúnda de gente que atestaba todas las instalaciones del hipódromo. El denominador común era el sufrimiento provocado por un calor que calcinaba mosaicos, cemento, arena, y la pasión burrera que va un poco mas allá del simple apego por el juego, porque la imagen de caballos galopando, desplegando toda su fuerza en la contienda, es plástica, estética, emocionante.
Ahora al pasar el tropel levantando cascotes de arena frente a la popular, el griterío era ensordecedor porque el favorito punteaba y la mayoría estaba ganando, ¡Cayetano Sauro, viejo nomás! el grito casi unánime, mientras la voz imperturbable del relator oficial en armónica cantinela continuaba:

-Faltando doscientos metros sigue en punta el 2, a un cuerpo el 4, a dos el 7, por afuera a media cancha atropella el 3.

Y sobre el 3, la figura espigada, el perfil inconfundible del maestro Rubén Quinteros, ataviado con una chaquetilla verde con vivos amarillos fustigaba serenamente, pero con rigor, la grupa del potrillo alazán cuyas manos y patas parecían no tocar la arena en su arremetida imparable, emocionante. Las voces se acallaban porque se venía un tapado con muy escasos boletos, pero los pocos que lo habían jugado gritaban por el resto,

¡Rubén Quinteros, viejo nomás!, ¡maestro viejo nomás!

El relator continuaba, poniendo ahora un énfasis en su voz que anunciaba el final de la carrera:

-El tres se adelanta al 7, en una misma línea con el 4, faltando cincuenta metros se mantiene el 2 pero sigue alcanzando el 3, cabeza a cabeza a cabeza el 2 y el 3, sobre la llegada adelante el 3, cruzan el disco el 3 medio cuerpo adelante del 2, a un pezcuezo el 7, a dos cuerpos el 4, mas atrás el 8 y el 10.

Un rato más tarde se escucharía la confirmación del marcador, el sport y el clásico

-¡SE PAGA!, jockey del ganador Rubén Quinteros, tiempo de la carrera...

Entre la multitud acalorada, muchos con gesto adusto y la mirada baja, rompían boletos mientras desde la popular y la especial bajaba una catarata de silbidos. Algún señor de traje y sombrero pontificaba en la especial con aire catedrático:

-Está bien que silben, es un atraco, habría que quemar todo. La hicieron para ellos, un potrillo que siempre corrió con la llave para cerrar el hipódromo y hoy paga más de cuarenta pesos. Yo no sé a donde mira la Comisión de Carreras...

En tanto, el maestro Rubén Quinteros, jockey del ganador, con el rostro inmutable ingresaba al pesaje palmeando el pezcuezo de su potrillo resoplante y sudoroso.




Buenos Aires, el día anterior, viernes a mediodía

-No viejo, te digo que ya no me banco este quilombo, el mundo se está volviendo loco. ¿Hace cuánto que terminó la guerra, ocho años,... nueve?, Y ya se están matando de nuevo en Corea y otra vez los norteamericanos y también los rusos…
Juan se pasa un pañuelo por la frente sudorosa y a través de una de las ventanas abiertas del bar Ricardo mira con aire de fastidio el mediodía deslumbrante del verano porteño, justo en el centro geográfico de la ciudad, Plaza Primera Junta, y continúa:
-Pero mirá lo que es esto, ¿a donde va toda esa gente apurada?, mirá, asomate, en la cuadra hay diez paradas de colectivos y todas con colas de quince o más personas. Fijate los tranvías, están pegados uno detrás de otro hasta José María Moreno, y hacia Flores lo mismo. El cana de la garita está que se muere, ya no sabe lo que hace... y éste calor insoportable...

Osvaldo, que lo escucha distraídamente apura el último trago de Cinzano con fernet y le espeta al mozo que pasa:
-Gallego otra vuelta, pero con mas papitas fritas, amarretes...
Luego con ese aire filosófico que le dan sus anteojos de marco grueso y la calvicie incipiente de sus cuarenta y ocho años, con la música de fondo de las bocinas, el traquetear metálico de los tranvías, el rugido de los motores y el bullicio del bar, responde,
-Si, la verdad es que todo está cambiando, los pibes ya no son como éramos nosotros. Todo es música extranjera, copian lo que ven en el cine… ¿y las pibas?, mirá ésa, la pollera se la puso con un calzador.
Juan la sigue con la mirada y asiente,
-¡Qué pedazo de mina, mi Dios!, y cambiando de tema, agrega, -Otra cosa que me vuelve loco es éste calor, cada verano hace más, dicen que es por las explosiones atómicas... mirá llegó el lapicero, es un relojito él guacho... Un hombre delgado con ojitos vivaces e inquisidores se acerca a la mesa y pregunta por lo bajo,
-¿Algo, muchachos?, ya cierra la Nacional...
Osvaldo con gesto resignado niega con la cabeza,
-¿Para qué?, últimamente no pego una...,
Juan piensa un instante y, también quedamente, responde al hombre,
-Haceme cocinero a la cabeza del fraile, si hay, todo a los diez, al borracho.
Cuando el hombre se va, comenta,
-Hace años que le juego al Tata, siempre paga, sea lo que sea, tiene un capitalista muy fuerte. Si se me hace, mañana te acompaño,... ¿a cual vas...?
-Cómo siempre, a la quinta, responde Osvaldo,
-¿Tenés algo que valga la pena? inquiere Juan mirándolo fijamente,
-Nada especial, me gusta el de Quinteros en la sexta, lo corrió Arturo en San Isidro los tres no placé que tiene, y ahora lo traen a Palermo, le cambian la distancia, el piso, y se lo dan al narigón. Se me hace que va a aparecer con un montón de boletos, pero ocho o diez mangos tiene que pagar, por lo menos…

Juan abre un atado de Particulares livianos, le ofrece uno a Osvaldo y fuman. Mientras exhala el humo de la primera pitada, Juan dice.
-Che Osvaldo… como se pasó el tiempo, ¿no? Tan rápido, me parece que fue ayer cuando te casaste con Clelia, que despedida que te hicimos, ¿te acordás...?
Osvaldo sonríe,
-Como para olvidarme con lo que me hicieron… la tuya tampoco estuvo mal, siempre me acuerdo de la mama que se agarró el flaco Corvetto, pobre flaco para entonces ya estaba enfermo… Che, hablando de Clelia, ¿cómo está Ana? hace rato que no salimos, tendríamos que sacarlas un poco mas. Si mañana se hace la del narigón que te parece si vamos a cenar. En la calle Guardia Vieja hay una cantina que se come bárbaro y a buen precio. Yo invito y después vamos a tomar un café al centro, ahí pagas vos,...
-Si, no estaría mal, responde Juan, Ana se va a poner contenta, hace bastante que no la llevo a ninguna parte, pero es que no alcanza la guita, viejo, no hay mes que lleguemos al treinta, por eso antes de hablar vamos a esperar para ver como viene la tarde...

Osvaldo mirando por sobre el hombro de Juan, comenta,
-Che Juan... esos dos tipos en la mesa al lado de la puerta del baño... se están pasando algo por debajo, no mires ahora…
-Serán levantadores de juego, replica Juan distraídamente.
-No, era un paquete gordo, guita o falopa, no te vayas a dar vuelta, a ver si se avivan que los junamos...
-Que me voy a dar vuelta, de última que carajo me importa... lo que me está matando es el calor, mirá como tengo la camisa, pero me gustó la idea de salir con las chicas otra vez. Que contentas se pondrían las veteranas si me escucharan llamarlas chicas... ¿qué mirás ahora?
-No sé… pasa algo raro, viste la pareja que está sentada en la mesa de la última ventana sobre Rojas, la mina entró en el baño hace un rato, no sale y el tipo en la mesa relojea a los dos que se pasaron algo, me parece que está calzado. Tiene un bulto raro en el sobaco y es el único en el bar que está con el saco puesto... que te juego que es un cana...
-Escuchame Osvaldo, me parece que estás yendo mucho al cine. Estamos en el bar Ricardo de Caballito no en Chicago donde debe estar nevando. Que lindo sería que aquí nevara, ¿no... ?
-Si, tenés razón, dice Osvaldo suspirando, -Con las cosas que leo en los diarios estoy un poco sugestionado, sobretodo Crítica, chorrea sangre. ¿Leíste ayer en la sexta sobre el asalto al banco de Caseros? Mataron al gerente, al agente de guardia y se llevaron diez mil pesos, una fortuna, después se tirotearon con un patrullero y escaparon. Esa si que fue una película.
-Si lo leí, pero no van a ir lejos, profetiza Juan, la Federal es una de las mejores policías del mundo y cuando les matan a uno de ellos, agarrate... ¿Pero que pasa con los ventiladores? Parece que estuvieran apagados y el colectivo ese que no termina de pasar nos está tirando todo el monóxido en la cara. Que ciudad de mierda... che hablando de mierda, ¿con quien juegan el domingo?
-Con Vélez creo... responde Osvaldo dubitativamente, pero... te digo que pasa algo. La mina sigue en al baño y en la vereda de enfrente, por Rojas, hay dos tipos con saco y sombrero que recién cambiaron una seña con el que está sentado en la mesa de la ventana. Los del paquete me parece que no están tranquilos, los veo como nerviosos... creo que lo mejor va ser pagar y rajar de acá...
Juan lo mira un tanto fastidiado y dice,
-Che Osvaldo, ¿estás hablando en serio...? Parala con esa persecuta, no quiero salir al infierno de la calle, y ahí viene el gaita con la otra vuelta...
Mozo evidentemente gallego, cuarentón, casaca blanca bastante manchada, camisa con cuello arrugado, corbata desaliñada negra y pantalón abolsado del mismo color. Sirve el fernet, espera que Osvaldo y Juan echen la soda, y agrega el Cinzano. Pone platos con ingredientes sobre la mesa entre los que se destaca uno más grande lleno de papas fritas.
-Si no les alcanzan éstas avisen, que vuelvo con la camioneta, dice con inconfundible acento galaico, y agrega con sorna:
-Gentileza de San Lorenzo de Almagro. Mientras se aleja sonriendo, Juan levantando la voz le espeta:
-Tengo dos vueltas de vermut para cuando vengan a Caballito, y te doy el empate..., ¡troncos!

Osvaldo que parece ajeno a todo, con aire preocupado comenta,
-Che, la mina salió del baño pero no volvió a la mesa, se fue por la puerta de Rojas y se juntó con los tipos de enfrente. Uno de ellos ahora está en la puerta de Rivadavia, miralo lo tenés de frente.
Juan mira, ahora con atención, se pasa un pañuelo por la frente y contesta,
-Si, tiene facha de cana, pero dejalos no es problema nuestro, terminamos la vuelta y nos vamos, ahí pasan los pibes que vuelven del club, ya es hora del morfi... agrega, mientras mira a unos chicos ataviados deportivamente, con el escudo de Ferrocarril Oeste en la remera, que pasan riendo y jaraneando. Le han sacado el bolso a uno de ellos y se lo pasan entre el resto. Parecen no sentir calor, se asombra.

El tránsito se encuentra totalmente atascado. La protesta es general, se escuchan bocinazos y campanas de tranvías, el agente de la garita con la casaca empapada se pasa el pañuelo por la cara chorreante de sudor y trata de ordenar el caos. El asfalto de Rivadavia se ha ablandado y se pega en la suela de los zapatos. El aire, contaminado por los gases, parece desdibujar las formas y el sol implacable dibuja sombras que contrastan intensamente con los deslumbrantes reflejos sobre vidrios y metales. Literalmente no se puede respirar.
Juan revuelve el hielo que tiene en el vaso, apura un trago y pregunta,
-Pero, ¿cuanto está haciendo hoy...?, te digo que cerca de cuarenta, no aguanto más...
Una mujer morocha de cuarenta y algo vestido con un solero y sandalias pasa por la vereda,
-¡Adiós buena moza!, le dice Osvaldo levantando la voz, la mujer mira y sonríe,
-¡Osvaldo, que sorpresa!, ¿Cómo está Clelia, cuando la vas a traer?, demanda,
-De eso estábamos hablando con tu esposo, prontito Ana, prontito.
La mujer lo mira afectuosamente y agrega,
-Bueno pero que no sean puras promesas como otras veces. Y vos viejo vení a casa que ya llegó Huguito y está poniendo la mesa Yo voy hasta la panadería, mirá que se enfrían las milanesas...
-Ya nos estábamos despidiendo, responde Juan, cuando pasés de vuelta con el pan nos vamos juntos.
Osvaldo sonríe y dice
-¿No te afloja la flaca, eh?
Juan contesta con gesto irónico
-Bueno vos no hablés, me gustaría saber que historia tenés para ir a los burros mañana...

Osvaldo que ha vuelto a mirar sobre el hombro de Juan dice,
-Sabés una cosa Juan, tengo como un mal presentimiento, ahora la mina que estaba en el baño se puso a hablar con el cana de la garita y vienen los dos para acá.
-¿Sí? Que raro, ¿y los del paquete qué hacen? pregunta Juan, un poco alarmado
-Están pagando... pero mirá, ahí entran los tipos de afuera y van a la mesa del paquete.
Juan se da vuelta y mira, se percibe que los hombres de pie se han identificado como policías y están pidiendo documentos. Mantienen una conversación que no se escucha, pese a que todos los clientes y el personal se han percatado que se trata de un procedimiento policial y guardan silencio, porque el bullicio exterior es cada vez más intenso.
En la puerta correspondiente a la calle secundaria, Rojas, se halla apostado el hombre que compartía mesa con la mujer. Esta se ha ubicado al lado del teléfono que está sobre el mostrador y tiene una mano adentro de la cartera. Cubriendo la puerta de Rivadavia, está el agente uniformado que dirigía el tránsito.

Los sospechosos gesticulan y argumentan, pero sus rostros denotan intimidación. Juan repentinamente urgido, apura al mozo,
-Antonio, dale, cobrame... aquél sin mirarlo, también atento a lo que está ocurriendo, responde como al descuido
-Va... va...
Osvaldo sin dejar de mirar dice,
-Te la canté, ¿no?, otra que Chicago...
Juan se dispone a insistir con el mozo, cuando nota una expresión de alarma en el rostro de su amigo al tiempo que éste se abalanza sobre la mesa y lo empuja hacia atrás gritando
-¡AL SUELO!
Mientras cae tratando instintivamente de mantener el equilibrio haciendo molinete con los brazos, escucha los primeros disparos, que en la acústica del bar, suenan como cañonazos. Queda tendido boca arriba en el medio de un pandemonium de gritos, sillas y mesas volcadas entre gente apretándose contra el piso. Los disparos continúan, cierra los ojos, piensa en su mujer y su hijo. El tiroteo termina, parece haber durado horas, en realidad han sido exactamente veinticinco segundos.
Se produce un extraño silencio que tiene como fondo el ruido de la calle que ahora parece lejano, como de otro mundo.
Abre los ojos y comprueba que nadie se ha movido del piso. Detrás de una mesa volcada alcanza a ver los pantalones de Osvaldo que permanece boca abajo. En el aire caliente del bar, ahora flota el fuerte olor acre de la pólvora quemada, las paletas del ventilador de techo giran silenciosas e indiferentes y una mosca revolotea cerca de la cara sudorosa de Juan.

Una voz recia, de mando, quiebra el silencio,
-Se acabó, atiendan al sub inspector Márquez que está herido. Agente, aleje a los curiosos y acordone el bar, y dirigiéndose a la mujer,
-Ayudante, pida médico y ambulancias y comuníquese con el comisario para que de intervención al Juez. Los dos sospechosos fueron muertos al resistirse al arresto, tenemos un herido.
Juan ahora medio incorporado, advierte un gran charco de un líquido oscuro y viscoso en el que juguetea un rayo de sol, y del que se ha desprendido un hilillo que moja su mano. Siente un escalofrío y con horror limpia la sangre en su pantalón. En silencio, todos se están poniendo de pie, la cabeza del cajero se va asomando lentamente tras el mostrador. Juan sin saber porqué habla como susurrando y dice,
-Che, Osvaldo, ya pasó todo, vamos a casa...
Ya incorporado, divisa los cuerpos de los sospechosos cubiertos de sangre y aparta la mirada espantado, mientras se acerca a la mesa volcada tras la que permanece tirado Osvaldo. Repite esta vez en voz alta,
-Vamos viejo, levantate, no pasa más nada.
Corre la mesa tumbada de un manotazo y lo primero que ve es una gran mancha roja en la espalda de su amigo, luego, los anteojos rotos a centímetros de la cara doblada hacia un costado, y finalmente los ojos grises abiertos mirando, sin ver, el zócalo de la pared. Comprende, pero algo en él no acepta, se arrodilla al lado de Osvaldo y trata de ponerlo boca arriba. Hay mucha sangre que se pega en su piel y en su ropa. Con un sollozo que se lo atraganta dice,
-Dale Osvaldito, no jodas, esto es un sueño, no puede pasar...
Dos manos fuertes lo toman de los hombros y lo obligan a levantarse,
-Contrólese señor, ya no hay nada que hacer, ahora la Ayudante le va a tomar los datos y los de su amigo. Luego va a tener que ir a declarar, pero primero puede ir a su casa...
Se escucha la voz alterada e imperativa de una mujer con una bolsa de pan en la mano que grita y forcejea con el policía uniformado,
-Déjeme pasar, adentro está mi marido, déjeme pasar...
Finalmente el agente no la puede retener y la mujer ingresa al bar. El paisaje es desolador pero la mujer solo ve a Juan, que con la ropa teñida de rojo, también la mira y se abrazan llorando.

Caminan abrazados por Rivadavia.
La gente les abre paso respetuosamente, pero ellos no ven a nadie, solo quieren llegar a casa. Ya a punto de ingresar a su edificio, los alcanza el Tata, el pasador de juego. Le hace una seña a Juan que significa hablar a solas, Ana se hace cargo y dice
-Te espero en el ascensor...

El Tata, conmovido, no sabe por dónde empezar, por fin se decide.
-Mirá Juan, vos sabés como lamento lo que pasó... fue terrible, pobre Osvaldo... y sé que ninguna cosa que diga te va a consolar pero quiero que sepas que tu jugada se hizo. Vino el fraile a la cabeza y el borracho al sexto premio, ligaste dos lucas y media. Es lo máximo que agarraste en veinte años... decime dónde y cuándo querés la guita así te la traigo...
Sin dudar un instante, Juan responde:
-No me traigas nada, mañana ponelo todo a ganador del de Quinteros en la sexta de Palermo...
El Tata, sorprendido, extrae una arrugada hoja de diario del bolsillo y examina el programa de carreras con atención,
-Pero ché, es un matungo, no figuró nunca, ¿cómo le vas a poner toda esa guita...?
Con firmeza, Juan insiste,
-Jugala como te dije, la mitad es de Osvaldo y Clelia, y te digo una cosa Tata, a ese pingo lo corre Quinteros, pero en la montura también va estar Osvaldo y el potrillo va a volar, y estallando en llanto mientras se interna en el vestíbulo de su edificio le grita:

-¡Te lo juro Tata, ¡va a volar, vas a ver, va a volar...!















Texto agregado el 20-05-2005, y leído por 2939 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-02-2006 Tuve la suerte de leerlo en impreso- dramatizado. Sepa que lo viví. El juego de tiempos es “cinematográfico”...y el final más que emotivo. ********* silvania
13-02-2006 Tuve la suerte de leerlo en impreso- dramatizado. Sepa que lo viví. El juego de tiempos es “cinematográfico”...y el final más que emotivo. ********* silvania
05-02-2006 Le mie stelle continueranno ad essere le vostre. Storie molto buon questo. Vatenne
15-10-2005 muy buen trabajo, me gustaria decir que estuve alli, pero no. mis * solete
23-05-2005 Mientras lo leía me parecía estar viéndolo todo desde alguna mesita de ese bar y sintiendo el calor del verano porteño, felicitaciones. kela
 
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