El lado más salvaje de la vida
Jorge Cortés Herce
- Lo siento mamá, si no te gusta mi vida puedes irte por donde viniste. A mi también me costó trabajo, pero aquí estoy.
La madre se fue muy afligida, pero sobre todo, muy confundida.
Recordó aquellos años, ese hijo había sido su máxima dicha, cuando empezaba a sufrir el aburrimiento que el marido mostraba por ella. El esposo era de los que se jactan de tener de todo: esposa, amantes y noviecitas, de esos que no perdonan la mínima falta de una mujer y con el hijo se consoló de todas las penas.
Manolito era muy cuidadoso y delicado para con sus cosas, pero le gustaba compartir todo, a la madre le encantaba presumir de lo educado y bien portado que era el muchachito.
En una de esas ocasiones en que el señor invitó a sus amigos para hacer gala de su familia y su linda casa, el niño entró en su habitación con los hijos de los invitados, había niños de entre seis y ocho años y se mostraban encantados de jugar fuera de la mirada vigilante de sus padres, como todos los niños.
Los adultos empezaron por el aperitivo, luego los platos acompañados de vinos y se olvidaron por un buen rato de los niños, hasta que alguna de las madres recordó que los niños también debían comer. Cuando entró en el cuarto encontró que Manolito jugaba al Doctor con una de las niñas, la tenía sobre la cama y estaba “examinándola”, la mujer armó tal escándalo que todos los demás entraron enseguida en la habitación. La respuesta del padre no se hizo esperar, ¡ese muchacho pervertido se había atrevido a dejarlo en vergüenza!, él que siempre lo había educado tan bien, que le había dado tan buenos ejemplos, que se había sacrificado tanto por el bienestar de su familia. Se encerró con el chiquillo en el baño y le aplicó un castigo severo. ¡Eres un niño sucio! ¿Por qué le hiciste eso a la niña de tu padrino? ¿Qué no había ahí niños para jugar? ¿Por qué tenías que hacerlo?.
La madre ni siquiera opinó, adoraba a su hijo pero la palabra del marido era ley, y si él decía que el chiquillo era sucio y pervertido, ella no era nadie para contradecirlo.
A partir de ese día Manolito procuraba ser muy agradable y correcto para que nadie lo castigara, pero a pesar de eso, al llegar a la secundaria tuvo dificultades con un compañero; aunque, como gozaba de la simpatía del grandullón del grupo, éste lo defendió. Ahí surgió una gran amistad.
En la pelea de secundaria, el muchacho aprendió una cosa: “Júntate con los fuertes y nada te pasará”. Después de ese incidente, siempre procuró congraciarse con muchachos que pudieran y quisieran protegerlo. Así lo hizo cuando llegó a preparatoria, se unió de inmediato con los jugadores de la selección de básquetbol, que por lo general eran altos y de intimidante presencia, y empezó a practicar. Con la influencia de un buen entrenador, pronto llegó a ser de los mejores del equipo. Las muchachas de la porra enloquecían por él y era envidiado por muchos jóvenes de la escuela, ya que además de destacar en el deporte cuidaba bien de todas las materias. Definitivamente seguía siendo un modelo.
Cuando estaba por terminar la Preparatoria, el entrenador se presentó en casa de Manolo para platicar con sus padres sobre el futuro del muchacho. El hombre proponía que le permitieran llevarlo a otra ciudad, donde gracias a su buen tino para la canasta, tendría la oportunidad de ingresar a una prestigiosa universidad privada y convertirse en un profesionista brillante. Para ese tiempo, el padre ya no era tan galán, ni tan fuerte, y sus finanzas tampoco eran boyantes. La madre, temerosa de que apartaran a su hijo de su lado, intentó convencerlos de que eso no era lo mejor, -¡ Aquí con nosotros vas a estar muy bien hijo!,-¡ estudiarás en una universidad local y con nuestro cariño, como siempre, todo te saldrá muy bien ¡. Tras el chantaje materno, Manolo se quedó en casa.
Ya en la escuela de Derecho, cuidaba con esmero cada una de las asignaturas y, a falta de los amigos del básquetbol, procuró hacerse amigo de sus maestros. Al terminar el cuarto año, uno de sus mentores le comentó que dejaría esa universidad, pues había sido promovido a la capital del Estado, donde además de enseñar formaría parte de la barra estatal de abogados. El joven se mostró muy interesado en las nuevas actividades del maestro, y se aventuró a preguntarle si le ayudaría a conseguir una beca en la nueva escuela donde enseñaría; el hombre se mostró encantado con la propuesta.
Nuevamente, los padres se negaron a aceptar que él abandonara la casa, pero esta vez no hubo lágrimas que lo convencieran y emigró.
En sus primeras cartas, contaba a sus padres con entusiasmo como era la vida en una gran ciudad, y les hablaba de ese maravilloso mundo de oportunidades que nunca había soñado, el maestro había conseguido que lo nombraran su profesor adjunto y, además de ganar algún dinero estaba aprendiendo muchísimo . Los viejos poco a poco se fueron haciendo a la idea de que el hijo terminaría por hacer su vida lejos de ellos – Terminará la carrera, encontrará una buena mujer y será un esposo y padre modelo, como siempre.
Después, las cartas fueron distanciándose y, cuando llegaban, ya no contaban al detalle lo que el hijo estaba viviendo, eran breves y hablaban de vaguedades, de cosas más bien intrascendentes . La madre seguía añorando la presencia de su retoño y un buen día decidió darle la sorpresa, iría a visitarlo el siguiente fin de semana.
Al llegar, se dirigió al domicilio que le aparecía en las últimas cartas. La sorprendida fue ella, se encontró con que era una casa de modas, pero no había ninguna duda, esa era la dirección de su hijo. “Francois Dupond, modisto diseñador” rezaba el anuncio de la fachada, cuando estuvo frente al peculiar personaje, tuvo que enfrentar la realidad: ¿Cuál había sido la relación de su hijo con los apuestos jugadores de básquetbol en la Preparatoria?, ¿Por qué el entrenador había mostrado tato interés en sacarlo de su casa? ¿Por qué el maestro lo ayudó a venir a la ciudad y hasta le consiguió un trabajo a su lado?, ¡Y ahora el modisto francés!, ¡Cielos! y el grandullón de la secundaria? Dios, ¿desde cuándo?. Ella buscaba inútilmente el recuerdo de alguna chica que se le hubiera conocido a Manolo, pero no encontró.
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