Una brisa terriblemente fría recorre el pasillo 33 del pabellón de la muerte en la cárcel B......, es un largo pasillo, gris y muy húmedo donde un silencio casi sepulcral reina a sus anchas, la muerte se pasea por entre los condenados mostrándoles su siniestra sonrisa.
En algún rincón del pasillo, detrás de un cigarrillo, el viejo Tomás se sumerge apaciblemente en sus pensamientos, el es el único en todo el lugar que no se ve afectado en manera alguna por el terrible ambiente que ahí se vive, Tomás siempre sonríe.
Cuando la tristeza esta a la orden del día y eso es casi siempre, Tomás parece ser feliz, su alma parece la de un niño y el corazón casi le salta del pecho,. Es obvio que todos odian a Tomás, aunque a él le sean ajenos estos sentimientos.
El pasillo 33 pareciera llenarse de tinieblas cada vez que se escuchan los lentos y firmes pasos del guardia que viene a buscar al condenado de turno, y sin embargo cuando prisionero y guardia abandonan el pasillo un extraña calma se deja sentir entre los reos, pues la muerte deja un rato sus traviesos juegos para irse con estos a trabajar. Pero Tomás es el único del lugar que no disfruta de esta calma, pues segundos después de que esos hombres emprenden su marcha, deja su cigarro y sigue el mismo camino.
Tomás no es un condenado, tampoco es un guardia de seguridad, él tiene otra tarea físicamente más fácil, pero que requiere de un control mental casi perfecto, Tomás es un verdugo y a diferencia de sus colegas, Tomás encuentra un morboso placer al pasearse por el pasillo 33 como un lobo entre un rebaño de ovejas.
Y mano enguantada aplica por inyección la dosis, lentamente observa la muerte tranquila de un alma intranquila. En sus adentros se regocija y no por sentirse parte del sistema de justicia sino por el contrario, el sistema de justicia le faculta para matar sin ser perseguido ni señalado.
En las noches llega a su casa cansado, cena, besa en la frente a sus hijos antes de acompañarlos a la cama y va sentarse en su vieja mecedora, detrás de su cigarro en completa quietud.
Tomás jamás a llorado.
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