Yo también me quedé en ti, en lo sublime del espíritu consumado por las lenguas, ramificada entre los soles de tus labios. Todavía susurro el latir de esas palabras, la ceremonia de tus manos tallando mi universo como un deshielo de las lunas inscripto entre las vísceras, tus labios delineando en hebras el conjuro de mi cuello, hasta perderse en los sepulcros de las bocas. Sigo tendida en el designio de tu aliento, en lo impiadoso que acecha la tibieza de mis pechos, en ese desenfreno que desgarra mis entrañas, en ti rozando los tejidos erecto en una búsqueda sin tregua, rasgando el cielo de tu piel, sufriente, victimaria, ardiente en el sofoco de ese elixir. Muero por ti, ahogada en el silencio de este amor, ejecutada por tu vida, expuesta, malherida en la contienda de las huestes, atrapada, abierta en infinitas sensaciones, agonizando entre los dedos que dibujan mi estallido. Quiero estar en vos, recibir la savia de tu espectro, alucinada, vibrante, ondulando en ese abismo que nos eleva paralelos, navegar la espuma ascendiendo el lecho de tu cuerpo. Volver a gemir mordiendo las fronteras, devorarnos en un infierno de infinitas fauces, rogar, hasta que el mundo desvanezca entre ambos cuerpos.
Ana Cecilia.
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