Sonaba la campanada del reloj grande. No recuerdo nada más. De repente, estaba en la luna. Lo supe porque recordaba la conversación que había tenido con David hacía pocas horas:
_“Catalina, te lo digo en serio, me encantaría que vinieras conmigo a la luna”.
Yo, como es comprensible, le dije que nanai de la china. Que se dejase de tonterías. Que a la luna no se iba tan fácil y que a mi me daba miedo volar. Pero insistió. Insistió tanto que al final, para que se callase de una vez, le dije que sí, que iría con él a la luna. ¡Para qué le dije nada! Fue una insensatez haberle dado mi palabra, pensando que algo así era imposible. ¡Dios, qué oscuro estaba todo! Lleno de agujeros y tierra parda, reseca. No había ningún resto amigable, todo estaba vacío. Silencio, agujeros de silencio. Vacío.
_¡Catalina! ¡Por fin te encuentro! Te he buscado por todas partes; creí que no llegarías nunca. Bueno, por algo te he ganado, tengo doce años, uno más que tú, y eso se nota, inclusive en los viajes a la luna. Je je je, no te pongas así que era una broma. Si tú eres la niña más inteligente de tu clase, eso se nota, porque el resto de los niños apenas te hablan, ja ja ja. Creo que en cuanto pueda ir a la Universidad estudiaré Psicología. Si es que soy un psicólogo nato. Me lo dice todo el mundo, incluso mi vecino del cuarto, cuando me ve llegar con la leche y el pan los domingos y le miro a los ojos, sonriéndole con un brillo entre las pestañas y los párpados. “Tú sabes mucho, David, mucho” Y me lo repite todos los domingos, el tío pesado.
_Oye, Catalina, y en vista de que aquí no hay comida, ni libros, ni cines, ni televisión, ni nada de nada, qué tal si me cuentas algo a ver si mientras tanto pienso en cómo volveremos a la tierra, porque una vez que hemos visto la luna, ya no me interesa demasiado permanecer aquí. Es un sitio oscuro y aburrido, la verdad.
_David, no sé cómo lo has hecho, porque debo de estar tan loca haciéndote caso, que no me acuerdo ni cómo he llegado hasta aquí. Debí quedarme dormida. Pero es que tampoco recuerdo haber decidido venir contigo antes de dormirme. Y si me he dormido, no lo recuerdo. No, no lo recuerdo. Quiero volver a casa. Al mismo instante en que sentí frío, y un sueño irresistible. Me gustaba tanto aquella película que estaba viendo mamá que me quedé un poco más junto a ella. Sonaban campanadas, como a lo lejos, del gran reloj del salón. Fue ahí cuando debí encontrarme contigo, y es ahí a donde quiero volver. Cerrar los ojos. Ver que estoy delante del reloj y escuchar cómo toca una campanada tras otra. Ding... dong... Ya son las nueve. Miro a mi alrededor y cerca, muy cerca, mamá sigue viendo la tele. Papá no está, todavía no ha llegado. Y yo, yo quiero estar, aún, dormida, junto a mamá.
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