De silencio

La continua soledad me ha dejado las manos ásperas y me ha condicionado un temple lúgubre de negro paraguas. Paso la lengua por mis labios y los siento secos; me arden con la saliva como con un viento salado de costa, siento arenosa la garganta. Miro mi ropa, que a costado un buen dinero, sin embargo, la veo andrajosa. Pienso en volar solo, para ver si en los más alto me encuentro con alguien cálido, pero los años me han dejado un inconmutable sopor, una pereza explicable, los ojos nublados y un peso que desde el cuello se extiende por mi espalda y mis brasos. Así no se puede volar. Aquí estoy, solo, mirando un inquieto y torcido secundero que de vez en cuando apunta a un cucú inanimado. Un minuto