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Inicio / Cuenteros Locales / sarnahuixtli / En esta vida o en otra

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Esa vez que la vi, titubeé un poco en mi reacción. Estaba acostado, sobre mi camastrón de mimbre, con la vista puesta en la ventana, cuando apareció frente a mí.

Al principio, no daba crédito a lo que veía. La silueta, que en ese instante, no supe distinguir si era hombre o mujer, tenía aspecto nebuloso. Apenas podía definir su forma. El exceso de luz que entraba por la ventana ayudó a acrecentar mis dudas.

Se acercó a mí, de manera casi imperceptible. Yo estaba anonadado. No sabía qué hacer. Por un momento desee gritar, pero decidí callar y esperar a ver qué pasaba.

Me incorporé muy despacio, como previniendo cualquier ataque, hasta quedar sentado. La imagen empezó a volverse sólida poco a poco. Al final, una mujer afloró frente a mí. Una mujer de luz tenue y mirada sorda. Pude ver que solo llevaba puesto una especie de halo blanco. Este le cubría casi por completo, a excepción de sus pies, manos y cara, la cual no pude adivinar.

A causa de estas cavilaciones no me di cuenta de que su mano de dedos afilados, pero elegantes, se extendía hacia mí, hasta alcanzar mis cabellos. Sin mediar palabra alguna aún, se sentó junto a mí, sin dejar de acariciar mi cabeza. Desde esta distancia, pude ver sus ojos buscando en los míos, pero su cara se me hizo eternamente difusa. Y, por extraño que parezca, poco me importó ese detalle. Me conformé con tenerla cerca para contemplar la luz que manaba de su belleza.

El color de su piel era extraño. Más que blanca, su dermis parecía extraída del color del papel gastado por el tiempo, como si fuera la tez de una muerta, cosa que me negué a aceptar por completo.

Dejó de acariciar mi cabello y me observó con detenimiento. Al fijar mis ojos en los de ella, noté que me miraba con nostalgia. Su cuerpo estaba allí, inmóvil, guarecido sobre mis acciones. Eso me cubrió de miedo.

De pronto, retomó su extensión inicial y colgó las yemas de sus dedos en mis mejillas. Una lágrima de cristal rodó por su pómulo izquierdo al instante. Dispuso retirarla cuando esta apenas llevaba medio surco en su carne, pero un pensamiento detuvo el hacer de su dedo detractor. En lugar de ello, buscó la luz de su cabeza y la retiró de su lugar. Su rostro se transfiguró en un nuevo pernil y el resplandor cegó mis posibilidades de descubrirla bella en su totalidad.

Cuando mi ver se aclaró, pude distinguir imágenes y vidas frente a mí: una pareja de jóvenes corrían por la playa. Parecían enamorados. Se lanzaban, desnudos, contra el mar, para luego disolverse como la arena, en medio de un beso. Al final de la tarde, una pequeña llama se extinguía a orillas del mar. Ellos hacían el amor.

Las olas golpeaban las rocas y el aire salado se confundía con el olor del sexo que los jóvenes despedían bajo las estrellas, mientras dejaban la huella del uno en el otro, a fuerza de caricias.

Y así, en medio de la oscuridad y de la danza del amor, los labios frondosos y forjados al calor de sus almas se decían al oído: “¡En esta vida o en otra!”.

Pude ver como la última chispa de fuego se desvaneció en el aire, en medio de susurros de esperanza e ilusión, pero los enamorados siguieron jugando a contar las estrellas con sus cuerpos, sin importarles el tiempo.

No sé como pasó, pero, luego de ver a los enamorados en su lecho de amor, la noche cubrió mi vista con su manto negro. Sentí desmayarme y caer en un abismo sin fondo…

Cuando desperté, quería llorar, porque, sin razón aparente mi cuerpo añoraba la piel de la mujer que acababa de ver en la playa. Perdido en mis cavilaciones y sin darme cuenta, una mano se deslizaba sobre mí otra vez. Abrí los ojos con cuidado, tratando de disipar mis dudas acerca de si los sueños tienen la piel tan blanca. Y, en efecto, así era.

Ella estaba ahí tan resplandeciente, como antes de la visión. Aún confundido por lo que me estaba pasando, cerré los ojos para recordar, pero no podía entender el significado de todo aquello que había sucedido.

De pronto, unos labios resecos pero tibios, se amarraron a los míos. Traté de reaccionar, pero no pude y me dejé llevar. Sentí el calor de su carne dentro de mí y me pareció tan familiar, tan mío, que no pude evitar que un par lágrimas se posaran en mis mejillas. Pero, cuando menos lo esperaba, los labios que las provocaron también las secaron. Sin embargo, la nostalgia que me provocó su cuerpo se dibujaba aún en mi cara.

Ella debió notar el cáncer de la soledad que me estaba devorando la vida. Besó mi frente llena de arrugas y mirándome a los ojos me dijo: “En esta vida o en otra”. Una brisa fría e hiriente abofeteo mi cuerpo en ese momento. Yo supuse lo peor: ella se había marchado...

Corrí hacia la ventana, de donde ella había emergido, tratando de retener el aire que la había tocado, pero ya nada pude hacer. Me quedé ahí, parado frente a la ventana, sin decir nada, saboreando, en el paladar de mis oidos, sus últimas y únicas palabras.

© Diego A. Murcia Letona
28.04.2001

Texto agregado el 28-08-2003, y leído por 589 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-04-2005 Saludillos, te apoyo y es un gran relato. Mis votos para vos, cuidate un resto y seguí deleitándonos de esa manera... offtherecord
02-05-2004 Impecable y hermoso cuento. Hya mucho para leer entre líneas. Te feeliito. Mis 5* para quenos iluminen en esta vida y en la otra. Gracias por el texto. Voy a tu libro islero
24-01-2004 Bonito el relato, la prolongacion del amor mas alla de la muerte. Mis *'s FranLend
19-10-2003 Es hermoso tu relato es raro que nadie lo notara. Un saludo desde Bs.As. nikita
 
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