No diré que el hombre es capaz de estupideces magnas, que aquello es más que sabido por todos. guerras y genocidios y violaciónes se han visto por dondequiera en la historia, testigos del potencial del hombre para la estupidez . Sin embargo, ésto no es maldad, es sólo idiotez.
Así que partí bajo la lluvia a buscar al mal, ese del que nos hablan tanto nuestros padres, los libros, los curas, en fin... Digo yo, tiene que estar escondido en algún lado, y luego me dije a mi mismo: Mí mismo! el mal no existe, no lo sabias?
Finalmente llegamos yo y yo a un consenso. Si en seis plazas no encontrabamos al mal, entonces no existía.
En la primera plaza había un niño jugando bajo la lluvia, sus ojos resplandecían de alegría entre las gotitas de lluvia en su pelo negro y enroscado. Tiraba barro por todos lados, muerto de la risa, y hasta daba vueltas de carnero en el pasto mojado. Se me enterneció el corazón de mirarlo, y de repente, escuché un grito a lo lejos.
- Robertito! mírate, estas todo mojado! - dijo una señora vestida de verde que tomó al niño, le pegó una palmada y rápidamente se lo llevó adentro del departamento.
Pero eso no es mal, me dije a mí mismo, y seguí caminando. En la segunda plaza un par de ancianos bebían de una mal disimulada botella de vino tinto, rodeada por papel de diario que por el agua se caía a pedazos. En la tercera plaza una pareja discutía, de lejos alcancé a escuchar entre el zumbido de la lluvia su diálogo.
- Maricón, como me pides que vuelva contigo, si besaste a mi hermana!
- Camila, lo siento, fué una cosa del momento, no lo pensé!
- Es mi hermana!!!
- Perdoname, si yo te amo
- ¡¡¡¡¡ Es Mi Hermana !!!!!! - gritó entre sollozos
En la tercera plaza un chico de unos pocos años estuvo a punto de chocar conmigo, iba corriendo como si el mismo diablo lo persiguiera, y corriendo detrás, salpicando con sus pasos, un hombre le pisaba los talones gritando "Mi Billetera!"
En la cuarta, tres figuras uniformadas de verde, con unos adornos extraños en los hombros se turnaban para patear a un viejo vestido con harapos. En la quinta plaza me detuve para encender un cigarro, y de lejos escuché una voz pidiendo auxilio. La vocecita infantil salía de un portón de esos que dan a los estacionamientos subterráneos de los edificios. Apurado forcé la reja y quedé aterrado por lo que escuché más adentro. Los bufidos entrecortados de una voz masculina le daban un tono horroroso al sonido de una niña de no más de diez años que gritaba.
- Me duele, no papá, no, me duele mucho!
El hombre salió corriendo por las escaleras cuando me vió, y la niña se quedó allí, tirada sobre el cemento mojado, con la ropa hecha añicos y temblando de pena, de frío y de miedo. Corrí a cubrirla con mi abrigo negro de lana, un poco mojado, pero al menos estaba tibio. Como ella me gritaba que la sacara de ahí, me la llevé conmigo a seguir mi viaje, a la sexta y última plaza.
Había parado de llover, y la criatura ahora dormía en mis brazos. Me senté en la última plaza y esperé, pero no sucedió nada. Es decir, los pájaros empezaron a cantar, el sol se apareció entre las nubes, pero no ví nada que pudiera ser malo. La niñita despertó, se puso de pié y se cerró los botones de mi abrigo. Yo le sonreí cálidamente, corté una rosa blanca de un rosal cercano y se la ofrecí. Ella me miró extrañada, al principio no entendí por qué.
- ¿Por qué la cortaste? Ahora se va a morir.
Sus palabras me dejaron congelado; no logré articular palabra, sólo me quedé inmóvil con una rosa en la mano. La niña se alejó corriendo como podía con mi pesado abrigo de lana.
Ese día de lluvia volví a casa con frío, sin abrigo, y aún más confundido de lo que salí, pero por alguna razón extraña, sentí ganas de reírme. |