Este lo escribí forzada en realidad, para cumplir con una cátedra de literatura cuando comencé la universidad. Lo acabo de leer y no me había parado a pensar lo enredada que estaba mi mente en esos días como para escribir esto (y hay otro escrito por ahí de esta época que luego publicaré) pero me detuve a pensar, lo complicado que es la afinidad entre dos seres, los pensamientos que tantas veces no se dicen y hacen tanta falta. Lo que puede significar el ego en un asunto de dos. Lo pienso y realmente, la vida es simple, nosotros la hacemos complicada.
Los colores del río
Hoy tengo más frío que de costumbre. Debe ser porque no he tomado aún el té que prepara Eva todas las noches a esta hora. Tampoco he sumergido los pies en agua caliente. Eva detesta los pies fríos entre las sábanas, dice que le parece estar durmiendo con la muerte.
La noche está serena; la luna pálida y misteriosa me recuerda a mi esposa. Esta tarde su cuerpo se aferraba al sillón, mientras yo dibujaba su esbeltez en el lienzo. Las primeras pinceladas fijaron la profundidad de sus ojos. Recuerdo que los miré por primera vez hace unos años, en el museo de arte de la ciudad. Eva trabajaba allí organizando las exposiciones, y días después de habernos conocido, me ofreció la oportunidad de exhibir mis obras. Desgraciadamente, la gente pensaba que mi trabajo era basura. A decir verdad, era el “canasto de mi basura”, los desechos psicológicos que envenenaron mi alma día a día. Últimamente, fueron tales las toxinas que inundaron mis lienzos, cubrieron mi alrededor, que me hacían sentir asco de mí mismo.
Una lágrima rodó por la mejilla de Orlando perturbando los aceites.
Esta tarde, Eva me observaba desde el sillón, aunque distante, tal vez pensando en un nuevo reproche, pude palpar en sus ojos la expresión de aquel día en el cual olvidé (quise olvidar) nuestro aniversario, y es que el hecho de que Eva cubriera los gastos de ambos fue gestando una obsesión en mí. Los comentarios de su familia y los continuos fracasos por vender mi arte fueron enterrando en mi memoria aquellas palabras que me hacían sentir tranquilo.
- Orlando, eres la única persona que me ama y aprecia por lo que soy... – Me dijo con una mirada tierna y sincera el día que aceptó casarse conmigo-
En ese recuerdo estaban todas mis respuestas. Sin embargo, lo hice a un lado y deje que la incertidumbre secuestrara mi sonrisa.
Cuando terminé de plasmar su cuerpo en la tela, Eva continuaba en el sillón, más serena que horas antes. Esta mañana, como ya era frecuente, mi mal humor acechaba, y sólo bastó un mal gesto de mi parte para que mi compañera se descubriera a sí misma, dejando que sus emociones emergieran sin cauce...
- ¡Dime de una vez por todas qué te pasa, Orlando! Tú antes tan ambicioso y optimista, te has convertido en un ser apático y frío, es que...
- ¡Cállate! Hoy no quiero escuchar tus reproches, no...
- ¡Me tendrás que escuchar! – me dijo al detenerme por el brazo - No pienso soportar esta situación un minuto más ¿Por qué tanto engaño? Ya no hablamos. ¿Es acaso porque no logras vender tus pinturas? Te he demostrado que el dinero no me importa, aquí casi no es necesario, vamos a disfrutar de esta cabaña y el río. – Su voz llevaba trazas de nostalgia.
- ¿Qué hago con lo que siento? Como artista, como hombre al depender de ti – Los ojos de Orlando se tornaron amenazantes.
- No te tortures con las habladurías de mi familia, pronto pintarás algo realmente bueno y entonces...
- ¿Qué quieres decir? Siempre creí que te gustaban mis cuadros. .. es que ¿tú admiración no es más que lástima? ¿Por qué bajas la mirada, es eso?
- Orlando, sabes que no puedo ser objetiva contigo, cálmate...
Mi desesperación hace que mi mente se confunda, no puedo impedir que el pasado y el presente se fundan en mi cabeza. Me veo delante del retrato de Eva, sintiendo cómo su imagen me condena, escuchando cómo me grita. La paleta cae al suelo. Agarro el lienzo entre mis manos y aprieto con toda la fuerza de mis rencores, de mi impotencia, hasta que el marco se rompe, y queda entre mis brazos. Así como rodee con mis manos su cuello y apreté su alma hasta que o pudo decirme más que la verdad, que me amaba. Así como su cuerpo quedó en el sillón y su mirada serena se posó en mis pinceles.
La pintura aún fresca mancha mis manos, me llenó de ella. Ya. Toda mi piel está manchada de colores, de los matices de nuestros caracteres, de la personalidad de Eva, de sus sentimientos que nunca comprendí. Sólo habló en ese momento. Ahora yacía en el sillón y yo, sabía todo.
Sólo quería huir. Corrí hasta quedar sin aliento, a la vista de los árboles y me arroje al río, frío y caudaloso.
La corriente me ha llevado y la aurora me saluda, quiero llegar al final de mi vida sin preguntas, sin saber el por qué de mis impulsos, sin saber el por qué de su partida, sólo conociendo la única verdad que no quise pintar en mi alma, su amor.
Mientras, el agua despoja mi cuerpo de Eva y el río se tiñe de sus recuerdos, con los óleos que una vez formaron su ser.
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