¡Ay, que tendría el manco de Lepanto
su corazón muerto, su dulce tea,
desleída el alma en sentido llanto,
profuso sangrar en cruel desencanto
de no tener más a su Dulcinea!
Ceje el magín ver al dramaturgo inglés
aleve imprecar en una rabieta,
un dolor adusto trastocar su tez,
oprobio de bergante a su fina prez,
un rey tunante al perder a Julieta.
¿Qué sería de Alemania, el gran poeta,
si la aurora eterna oyera marchita,
ayes, estertor por cruenta saeta
que cupido arranca después que espeta
contrito en pérdida de Margarita?
¡Cuitado y solo, tú, excelso latino!
Si tu deidad de Edén cambia de matiz.
¡Vexilla regis prodeunt inferni no!
Selva insondable es peor a tu camino
si tal no fuese hacia tu amor, tu Beatriz.
¡Pena nimia en símil de mi excelso amor!
Síncope do voy, ¿un aliento auxilia?
¡Por Dios, no! Cardo el nimbo a sien, vil dolor,
so pena que exilia a lo eterno, al sopor,
de faltar todo... mi musa... Basilia. |