Flotaba suavemente, sólo movía sus extremidades lo indispensable para que la corriente no la alejara mucho de la orilla. Tomó aire, se sumergió bajo las olas y abrió los ojos, volvió a ver sólo la arena del fondo y algunas rocas, nada más, regresó a la superficie con sabor de mar en la lengua. Entró en una especie de ensoñación y casi dejó de moverse, la corriente la fue alejando de la orilla. Sintió una salpicadura, se alarmó un poco, volteó a los lados como buscando algo...
El movimiento de las olas y el sol a plomo la arrullaban, pero un instinto atávico la mantenía alerta, después de todo se encontraba en pleno mar, cerca de la orilla, es cierto, pero eso sólo le agregaba espuma, rocas y arena al mar y sus habitantes.
Regresó un poco a la orilla pensando en sus pequeños hijos, en esos momentos al cuidado de su padre, que quizá pudiera ser un poco despistado, pero eso sí, aparte de ella, no existía nadie más dedicado y amoroso con ellos.
Parpadeó un par de veces y giró la cabeza a ambos lados. Podía flotar casi sin esfuerzo, pero consideró que ya llevaba más tiempo del prudente en el agua. Volteó hacia arriba, vio las nubes, el sol y algunas aves, todos evolucionado en el cielo, se tranquilizó, más aún al saberse joven, sana, con reflejos excelentes, y con capacidad para salir adelante de cualquier eventualidad. Por otra parte deseaba, no sólo por vanidad, acicalarse un poco, asolearse un rato; simplemente ser y estar, sin ocuparse de nada más, bueno, quizá comer y beber algo delicioso...
Dejó de moverse y entornó los ojos, de pronto percibió un movimiento justamente debajo de ella, metió la cabeza en el agua y vio una sombra que se le acercaba desde lo profundo.
Con movimientos rápidos y precisos comenzó a moverse hacia delante y hacia arriba, hasta que, sincronizando un poderoso pataleo con un no menos vigoroso aleteo, dejó el agua e inició un vuelo que la llevó hasta arriba del acantilado, hasta su nido, al lado de su pareja y sus dos pequeñas y ruidosas gaviotitas.
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