Fluye el río de mi piel con el follaje de tu sombra, en un aleteo de sauces; como un cruce de gaviotas bebiendo de mis brotes. Vuelcas la sangre en un conjuro de temblores, bajo el susurro de tus ramas; te hinches; me clamas; recorres mis laderas como un torbellino de lenguas, que se pierde con el llano. Abarco tu alameda en un grito naufragante que desciende mis entrañas, como una daga de infinitos filos que cede a tu pedido. Y caigo en las redes de tus brazos latiendo furiosa; acechando el néctar de tu boca que encalla en mis pechos, como dos muros agrietados derramando su placebo. Humedeces los senderos en un enjambre, que bulle por mi cabellera; naciendo; muriendo; inscripta en las fronteras de tu cuello, al borde del espasmo. Me asfixias; te embriagas; lames las huellas que tu espuma deja, hundido en mi figura; renaces; te expandes, para desatar el fruto que mi vientre anhela.

Ana.