La Piedra Filosofal no es mineral. No es una roca extraña, un metal precioso, un trozo de piedra irisado o un rubí en bruto. La Piedra Filosofal no es una sustancia, no es líquido, ni alcohol, ni gas.
Para fabricar la Piedra Filosofal hace falta sublimar carparrosa azul con la fuerza de una noche de tormenta, y mezclarla con miel y mermelada de fresa. Hay que conseguir destilar un rayo del amanecer, y añadir unas gotas a la fórmula antes de dejarla reposar.
También hay que añadirle polvo de compasión, aceite de amabilidad y un juego completo de perlas blancas.
Por último hay que añadir limadura de mármol rosa.
La Piedra Filosofal no es un objeto, es una persona, es una mujer. Lo sé, la he visto, la he conocido. He cazado su sonrisa, he buscado su mirada sin encontrarla, he robado su aroma y todavía intento volverlo a robar.
La Piedra Filosofal no transforma el plomo en oro, pero a su alrededor todo parece dorado y más valioso. Da la importancia que se merece a aquello que no parece tenerla. Hace de las cosas más tenues algo más valioso que el oro.
La Piedra Filosofal no da la vida eterna, pero verla hace que la ames tanto, que tu amor te conduce a una eternidad más bella y duradera que la melancólica no-vida del vampiro.
Yo vi a la Piedra Filosofal, desgraciadamente sólo estaba en mi mente. Pero áun hoy sigo buscándola sin reposo.
La gente piensa que los Alqumistas buscamos la Piedra Filosofal por el oro y la vida eterna. Se equivocan. La buscamos porque la hemos visto en sueños y desde entonces la amamos.
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