No es importante el año que corría entonces, pero la pobreza que se había instalado en el pueblo, también se descolgaba por las cuerdas de la carpa del circo, dormía en la galería y a veces hasta comía las manzanas confitadas no vendidas en la función de ayer.
El circo “Magnolia” pasaba una larga mala racha. Podía notarse en las costillas y los culos huesudos de las fieras y de una que otra bailarina. Magnífico, el dueño del circo, nunca cedió ni un centímetro ante la idea de no hacer función.
-¡Prefiero que me coma el león o bailar con los monos! ¡Todas y cada una de las noches de mi vida serán de circo!, vociferaba.
Las conversaciones acerca de suspender funciones se hacían en privado y muy entrada la noche, nunca debía esto ser oído por los hijos de los artistas. Magnífico no tenía hijos, pero amaba los ajenos como si fuesen los que nunca tendría. Su esposa era una enana de 80 centímetros y en la barriga no le cabía ni una naranja.
Su niñez circense fue bella y no se enteró sino hasta su adultez de la pobreza y el sacrificio de su padre por conservar el circo que después le tocó heredar.
La última reunión secreta había tomado matices rojísimos, los artistas estaban alterados, Magnifico sólo los miraba en silencio. Todos hablaban a la vez y luego se tornó en un griterío:
-¡Las fieras comen mejor que nosotros! ¡Esto debe parar! ¡Es una locura, Magnífico! ¡Como manzanas todos los días!
Magnífico, parado sobre una tarima en el centro de la pista, estaba rojo de rabia, su pecho de palomo, contenido en su chaqueta brillante, se comenzó a hinchar ante la mirada temerosa de todos los presentes, un silencio frío llenó la carpa hasta que Magnífico rugió:
-¡Esto va a continuar hasta que ustedes hagan algo! ¡El león no puede ir a trabajar por unos pesos extra, ustedes si! ¡Ninguno se atreve a dejar el circo, tampoco yo, pero durante el día limpio coches en el pueblo; ustedes hagan algo también! ¡El que quiera se va de inmediato de mi circo porque yo no tengo esclavos!
Curiosamente su grito fue coronado por el foco principal que extrañamente se encendió iluminando sus cabellos dorados y fulgurando en su chaqueta, más holgada luego del ventarrón de verdades. Así, la portentosa e iluminada imagen de Magnífico, se les coló por los ojos a los mudos presentes y les fluyó por la mejilla convertida en lágrima. Hubo quienes, aunque emocionados a rabiar, no soportaron el ruido de la tripa y decidieron partir. Afortunadamente no eran artistas, sino ayudantes, luces, música, cuidadores de fieras, y una viejecilla que mucho no hacía, pero sus pasteles de mora eran insuperables. Sumaron 10 y se tradujeron en ahorro para el circo y trabajo extra para todos.
Parecía que la magia del circo se había encarnado en Magnífico y como tal, las cosas volaban, desaparecían o se rompían antes de causar algún daño al dueño del Circo Magnolia. Varios fueron testigos de cómo un saco de arena para contrapesar se cortó y desvió su caída en el aire, salvándose Magnífico de morir aplastado, o de cuando los leones salieron de sus jaulas para acompañarle durante tres días que estuvo en cama por un catarro.
Los niños del circo jugaban la mayor parte del tiempo, pero sus juegos implicaban aprender trapecio, cuerda, magia, equilibrio y otros oficios del circo. Los más osados no salían de la jaula de las fieras ni para almorzar.
Magnífico pasaba horas contándoles historias tan falsas como los pelos de la mujer barbuda, pero para los niños eran incuestionables. La única historia que levantaba sospechas en ellos, era justamente la que él más contaba: su capacidad de volver las cosas en oro.
- Yo desciendo de la familia de un Rey Llamado Midas que convertía en oro todo lo que tocaba y no podía controlarlo, pero yo he aprendido a hacerlo, aunque a veces me sale oro del cuerpo sin que yo quiera.
-¿Y por qué no lo haces ahora? ¿A ver? ¡Muéstranos! ¡síiii! ¡Oro, Oro! Gritaron los niños mientras saltaban eufóricos en las camas elásticas.
-¡Es un secreto, si bajan les digo!
Apresurados, aunque haciendo la voltereta de rigor para bajar de las camas, acudieron todos a extender la mano frente a la boca de Magnífico, -así se contaban los secretos entre ellos-, y luego debían introducirlos en sus orejas, poniendo la secreteada mano en ellas.
-Sucede que tengo una cuota de oro para convertir al año, sino me quitan el poder, ¿Ven?, justamente ayer gasté el último resto y me reparé una muela que me dolía mucho, si quieren se la muestro.
¡Síííí! ¿A ver? ¡Por favor, Magnífico!
Magnífico abrió la bocota, tamaño presentación de función, y los niños se asomaron en ella.
-¡Ohhh! ¡Tiene oro en la muela!
-¡Se le ve el oro!
-¡Ráspale con la uña, puede ser un envoltorio de chocolate!
-¡No sale, es oro, lo tiene pegado!
-¡A mi me parece que es la misma muela que me mostraste cuando dijiste que te habías comido un anillo! Dijo Zacarías.
Un silencio nubló los muchos pares de ojitos…
-¿Es mentira, Magnífico?
-¿Mentira?... ¿Están locos? ¿Les he mentido alguna vez? El anillo que se me pegó en la muela cuando traté de comerlo está en la mandíbula de arriba, miren…
-¡Es cierto, Zacarías! ¡Arriba hay otra! ¡Asómate!
-No gracias, le creo igual.
Esa frase preocupó a Magnífico de sobremanera, reconoció en Zacarías algo de la mirada de los artistas aquella noche de la discusión: el desencanto.
Para remediarlo Magnífico tomó los pesos extras y decidió hacer una nueva contratación, Icaro, un trapecista narciso, pero muy bueno, no tenía trabajo porque no aceptaba salario bajo mientras vivía de las manos de su madre. Los 10 salarios de los desertores alcanzaron para convencerlo. Comenzó a practicar en el circo el mismo día de su contratación, no había perdido ni un ápice de su capacidad de volar. Magnífico pasaba tardes enteras celebrándole cada salto, cada giro doble, embelesado. Los demás artistas reconocían en Icaro la técnica, la elegancia de su vuelo, todo en él era perfección. Pero a los pocos días de su llegada esta ave de ensueño comenzó a reparar en la pobreza del circo, no para ayudar, claro, sino asqueado de ella.
-¡Mi camerino es una pocilga! ¡Necesito una bañera más grande!, decía con la expresión de quien masca un limón.
-¡No podemos Icaro! ¡Eres el único con bañera, todos tenemos tambor de agua! ¡Cómpratela tú mismo, hombre!¡Esto no es un hotel!
Las discusiones siguieron y a Magnífico le empezó a nacer una llamita pequeña en los ojos, atizada cada vez más por Icaro y sus quejas. Todos en el circo sabían que si había algo en el mundo que le enroscaba el bigote a Magnífico, era la falta de amor por el circo y la codicia. Por lo mismo, todos sabían que los vuelos de Icaro estaban contados.
Desesperado, Magnífico veía como su remedio con alas se transformaba en enfermedad con piojos, las malas actuaciones de Icaro, no por calidad sino por desgano, fueron empeorando cada función, y con ellas el ánimo de los artistas. Pero cuando uno de los niños oyó las quejas de Icaro todo acabó.
-¿Magnífico, estamos en quiebra? Icaro dijo que estábamos muertos de hambre; también dice que la carpa no se rajó en la selva cuando te atacaron los tigres sino que está rota de vieja y podrida.
-¡Claro, tiene razón! ¡Lo había olvidado! ¡No está rajada por tigres! ¡Está podrida! ¿Sabes por qué?
-¿Está podrida?
-¡Síí! Hace muchos años, la laguna que está cerca del circo no estaba allí, quedaba muy lejos y había que ir todos los días allá a buscar agua para los animales ¿Tú sabes cuanta agua toma Morgana la Elefanta?
-¡Síí!, ¡Se toma dos piscinas plásticas mías! ¡Pero yo se la presto, igual puedo bañarme mientras se traga el agua!
-¡Claro! ¡Por eso nosotros fuimos con los elefantes, que antes eran cinco, recogimos la laguna con la carpa, la amarramos bien, los elefantes la tiraron por cuatro días y la trajimos hasta acá, tu padre trabajó para hacer el hoyo en que pusimos toda el agua, pregúntale, había muchos peces.
-¡Se rajó con las piedras del camino, entonces!
-¡Sí, se rajó! ¡Pero fíjate que la carpa no era tan grande como es ahora, el agua la agrandó casi al doble y ahora podemos tener más gente!
Zacarías alcanzó a oír parte de la historia, triste, agachó la cabeza y siguió camino hacia la carpa.
Con un nudo en la garganta y brasas al rojo en la panza, Magnífico fue directamente al camerino de Icaro, lo tomó de las greñas y lo arrastró lejos del circo donde nadie pudiése oírlos:
-¡Oye bien pajarraco desplumado! ¡A los niños de este circo nadie les roba la magia! ¡El circo Magnolia nunca ha oído el llanto de un niño y por tu culpa no lo hará!
-¿Qué pasa, Magnífico? ¿Te volviste loco? ¡Sólo les digo la verdad! ¡Suéltame el pelo, gordo de mierda!
-¡Qué curioso, buitre! ¡Te llamas Icaro y eres el único de este circo que no sabe volar! ¡No amas a tu trapecio, lo usas! ¡Tú no saltas, te cuelgas! ¡Pero de mi circo no te cuelgas más, gallinazo! ¡FUUEERAAA!
Este último grito levantó la carpa como si fuera la falda de una señora gorda, los leones respondieron con un rugido y el botón de la chaqueta de Magnífico no pudo resistir más y voló hasta la laguna.
Magnífico recordó al instante que los niños dormían. Tamaño grito podía haber despertado a alguno; desempuñó sus manos, miró a Icaro por última vez y volvió a la carpa, era tarde y hacía frío, los artistas estaban ordenando los mil implementos que quedaron de la función. Caminó hasta el centro de la pista y se sentó en la tarima gris en que Morgana, la elefanta Blanca de la India, se paraba en una sola pata. Todos lo habían oído, no había nada que agregar; la profundidad oceánica de su pena se le rebalsó por los ojos y comenzó a llorar.
El foco central nuevamente volvió a encenderse, como intentando iluminar su pena negra, su esposa lo miraba triste desde la galería, tal vez era el principio del final del Gran Circo Magnolia.
Magnífico notó que todos lo miraban perplejos, temerosos, nunca le habían visto llorar, si caía él, podía hasta caer la carpa al suelo en ese mismo instante. Zacarías, el más grande de los niños, también estaba presente viendo con decepción el derrumbe de Magnífico y la confirmación de sus dudas. Magnífico se puso de pie y comenzó a caminar a su camerino, dejando atrás la tarima de Morgana, la luz del foco, la pista, la esperanza…
De pronto, un silencio llenó de asombro la carpa como alguna vez lo hiciera el agua de la laguna…
Zacarías fue el primero en reaccionar. Se levantó y fue corriendo tras Magnífico.
-¡Magnífico! ¡Magnífico!
-Ahora no, Zacarías, estoy cansado… dímelo mañana y será más importante que hoy, te lo aseguro.
-¡Era cierto, era cierto Magnífico! Le dijo el niño entre risa y llanto… ¡Mira!
Magnífico, desganado, se dibujó en los labios la última sonrisa de la noche y volvió su mirada atrás, donde pudo ver cómo la tarima de Morgana, la misma en que estuvo sentado, resplandecía en medio de la pista convertida en metal dorado.
15/5/2005
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