Quererte. Hermoso consuelo. Inevitable tropiezo. Dejar de quererte. El más imposible de los intentos. Inconcebible dejar de pensarte. Tu sonrisa tímida. Ojos diminutos que pintan estrellas y mástiles. Tonos dulces con los que me hablas. Y yo caigo, y yo muero, y yo quiero. Porque te quiero. Tan solo te quiero.
Querido amigo, sé que no sientes lo mismo. Pero es tan infinito el agradecimiento por haberme dejado, por haberme permitido, por haberme abierto la puerta para quererte así como te quiero. De lejitos, en silencio, con un par de sueños. Porque te quiero y sólo es eso.
Y aún más te quiero porque sabes lo mucho que te quiero y nunca te aprovechaste de eso ¡Cómo si te faltaran méritos para seguirte sintiendo! Porque te siento. Tanto te he imaginado que tus besos son míos, no de ella, aquella chica, la afortunada damisela de tus encuentros.
Ahora que estamos tan lejos, es absurdo, pero todavía te quiero. Te pienso y acelero. Pasos que arremeten contra la distancia, contra la lógica, contra el olvido, contra la nostalgia. Porque te quiero amigo mío, ni siquiera puedes imaginar cuánto te quiero. Y mi gran victoria, seguirte queriendo. A pesar de ti, a pesar del tiempo, a pesar de lo mucho que te deseo, a pesar de mi testarudez.
Porque pasan las horas y te sigo queriendo, porque recorrí kilómetros para dejarte libre de mí, y te sigo queriendo, porque te escribo sabiendo que no vas a responder, y te sigo queriendo, porque te llamo sólo para escucharte y revivir, porque aunque sea una locura… te sigo queriendo.
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