Verás. No es que siempre estaré aquí, esperándote. Es que el tiempo a veces se vacía y no es posible moverse. La ausencia suele ser algo que no todos respetamos. Hoy te necesito pero mañana, quién lo sabe. Tu comprendes.
Por unos cinco minutos el reloj parecía más lento que de costumbre; tanta era la impaciencia porque llegarás. El calor era demasiado, y la incomodidad mucha, así que recorrí la banqueta de un lado a otro, con pasos calmados y perezosos.
Al levantar la mirada pude observar –cosa extraña- por vez primera a una vendedora. Sabía que siempre ha estado ahí, en el piso sentada, pero nunca la había observado.
Te repito que no siempre te estaré esperando, pero se ha hecho cotidiano venir a buscarte. Este tiempo es para ti. Así que haré la guardia sin quejarme y con tranquilidad, pase lo que pase. Pero pasó.
Por fin decidí marcharme. Calmada tomé el camino de la derecha y abandoné mi puesto. Sin embargo, ensimismada como estaba con tu tardanza no puse atención y sin apenas notarlo di media vuelta y regresé.
Entonces, por fin, llegaste.
Lo curioso de esta espera eterna de cinco minutos fue que te escribí esto:
En pie estuve la tarde,
esperándote.
Miraba a la gente y al cielo.
Buscaba el segundo perfecto,
el tiempo en que vendrías
y te alejaras.
Vagando mi pensamiento
por pensamientos y pensamientos,
el vacío temporal se hizo
cuando fije mi idea:
por muy lejos que estuvieras,
aquí estarías.
Un minuto...
un segundo...
Fáltame el momento
para emocionarme al verte
para sonreír si estás a mi lado,
para llorarte si no estás
para despedirte en la muerte.
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