Lo sucedido a Oscar aquella noche en el lago, rayaba lo inverosímil. Su mirada se perdía en la penumbra de la noche, solo trastocada por la luna llena que con su luz blanquecina transformaba a quienes tocaba en seres mágicos. Tal vez esa era la clave para todo lo que hasta ese momento acontecía en la fiesta.
Se consideró embrujado desde el momento que le presentaron a Francisca. Bastó conversar y estar con ella unos minutos, para que todas las demás cosas perdieran importancia. Solo le interesaba ella. Contemplarla, escucharla, disfrutar de su presencia. Por eso su alegría fue mayor, cuando se dio cuenta que congeniaban.
En cada mensaje que intercambiaron, eran afines, a veces concordando, a veces complementándose o incluso afrontándose en minúsculos desacuerdos, que pronto se deshacían con una sonrisa cómplice. Las horas transcurrieron como minutos.
Oscar no conocía esa sensación de desasosiego, tal vez había bebido un poco de más, tal vez era la atmósfera, o tal vez la sola presencia de ella. No lo sabía, y en verdad no le importaba, quería seguir sintiéndose así. Cuando se dio cuenta que la fiesta llegaba a su fin, decidió a invitar a Francisca a caminar por la playa, buscando el modo de alargar su compañía.
− Creo que la fiesta ya concluye, pero no me gustaría dejar la charla aquí. Quisiera que continuemos conversando, ¿vamos a la playa?. Dijo Oscar casi suplicando por un sí como respuesta.
− De verdad me encantaría...pero... Por un momento la respuesta parecía sería un no.
− Está bien vamos, le respondió Francisca.
- Después de todo haré siempre lo que me pidas– completó la frase en un murmullo que Oscar no escuchó o no entendió.
− Anda por tu chaqueta entonces –le dijo Oscar.
Y esperaba su regreso entretanto observaba el lago desde la terraza de la casa. Al verla asomar, se dio cuenta que los minutos ahora ya no parecían segundos, parecían horas. La tomó de la mano y se fueron por el camino que llevaba a la playa.
− Tengo que confesarte algo Francisca. Fue lo primero que Oscar dijo cuando recién habían dado unos pasos.
− ¿Que me quieres decir?. Preguntó ella con una sonrisa coqueta
− Me pasó algo extraño contigo. Desde el momento en que te vi, sentí que te conocía desde siempre, me sentí ligado a ti. Explicaba Oscar.
Francisca lo miró y puso una cara entre seria y misteriosa y le respondió:
− Bien sabes que nos conocemos, siempre me has conocido.
Oscar quiso responder, pero no consiguió abrir sus labios. Su boca fue sellada por un beso. Un beso tibio, suave y sin prisas. Un beso que le hizo perpetuar besos sustraídos a sueños antiguos, en donde la ternura y pasión se aunaban en proporciones exactas y que trajo a su corazón un calor que nunca antes había sentido.
Se apartaron y Oscar quiso hablar. Pero sin palabras, ella le hace silenciar y solo escucha un: ¡abrázame!, quiero estar contigo.
Abrazados se perdieron entre los árboles para llegar a la playa.
Ya no se hablaban, con la luna reflejada en sus ojos se hacían una y mil promesas de amor, promesas que se hicieron deseo y deseo que se hizo pasión, en caricias, en besos y en sudor.
Con árboles y estrellas como mudos testigos, se regalaron mutuamente su desnudez. Temblaron cuando sus cuerpos se unieron y solo la arena de la playa fue capaz de saber cuan acoplados estuvieron. Fue una entrega con locura en que los dos se transformaron. Bebieron uno del otro hasta embriagarse, y se recogieron en el sueño de los amantes satisfechos.
Oscar no entendía que sucedió cuando despertó al otro día en su cama. Sentía en la boca el sabor de besos cedidos, en sus manos el olor a mujer y en su cuerpo descubrió aun restos de arena.
Debía buscar a Francisca, fue donde sus amigos, pero nadie la conocía. Más aun, nadie entendía lo que le pasaba.
La noche anterior había actuado muy extraño en la fiesta. Lo vieron solo toda la noche, pero, acostumbrados a verlo perdido en sus letras, nadie le había dicho nada. Tanto insistió en sus preguntas, que alguien le comentó:
− ¿Francisca? Ayer estuviste solo toda la noche, perdido no se si en un libro o un cuaderno, que guardabas en tu chaqueta.
Y mientras buscaba su cuaderno resonaron en sus oídos las palabras de Francisca:
− “Bien sabes que nos conocemos, siempre me has conocido.”
Rebuscó el cuaderno hasta encontrarlo. Luego de leer lo que en él estaba escrito, la frase de Francisca tomó sentido.
|