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La tarde fue cálida y es por eso que esperábamos la llegada de la oscuridad con insistencia.
Poco a poco la playa iba quedándose solitaria. El mar recobró su calma agitada por la gente y se convirtió en un manto azulado, gris...donde los últimos rayos de sol depositaban su cansado color amarillento del que estamos acostumbrados a pintar en cualquier papel que se prestara a ello; una forma de ver el astro rey, a veces sonriente y otras enfurecido, cuando más calor no daba.

Me alejé algo de mis amigos que preparaban el lugar adecuado para contemplar el contacto solar con el terrestre en el ocaso del día. Fui paseando por la playa junto a las suaves y juguetonas olas que morían cerca de mis descalzos pies. La mirada estaba perdida en el horizonte, en el infinito e inmenso mar que me rodeaba. Los cabellos volaban sobre mi rostro por la brisa, casi insignificante, que empezó a soplar. Levanté la cabeza y dejé que jugara conmigo.

Quise estar así un buen rato y seguí danzando con las olas perdidas sobre la arena. Aquello me hacía sentir feliz, deseaba volverme sirena y engullirme en el agua, nadar y nadar... Desnudé mi cuerpo en la playa y acaricié la tarde que se iba. El sol rociaba mi piel antes de ocultarse y el agua bañaba mis instintos a la vez que una atracción sexual envolvía mi figura. No sé porque, pero sentí un escalofrío inmenso y el placer que se filtró hasta mi alma descargó energía, voluntad de seguir allí, indiferencia... Deseé no volver hacia atrás y quedarme toda la vida en aquella playa, paseando, siendo poseída, disfrutando....
El sol se ocultó definitivamente, el calor de mi cuerpo voló como los cabellos con la brisa. Me vestí y seguí danzando por la arena en busca de mis amigos.

Después de sentir aquello, el día que estuve en la playa, jamás me volvió a suceder una cosa parecida; no fui capaz ni siquiera de contárselo a mis amigos. Hubiera deseado seguir allí un tiempo más, esas sensaciones que noté en mi cuerpo me dejaron maravillosamente exhausta, creo incluso que llegué a mojarme, pero no del agua del mar, sino del placer que tanto me llenó, es como si algo hubiese penetrado en lo más hondo de mi ser, me abrazara y revolcara por la fina arena, humedeciéndola de sudor y sexo. ¡Es tan difícil explicarlo!.

Seguía vivo en mi mente el deseo de retornar al mismo lugar otro fin de semana que tuviera libre. Un escalofrío recorría mi cuerpo cuando los dedos deslizaban muy suave, acariciando las nalgas, penetrando en aquello que podría llevarme al orgasmo cada noche, estirada en la cama y cubierta por una blanca sábana que se pegaba a mi piel marcando la silueta de alguien tremendamente excitada. Era imposible olvidar aquellos momentos tan felices y lujuriosos vividos anteriormente.
De esta forma reviví con intensidad y sin moverme de lugar, la más fascinante historia de amor y sexo que nadie se pueda imaginar.

©TINTIN

Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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