Deslicé mi mano por debajo de la sábana, tan sólo quería tocar, una vez más, tu piel, sentir cómo se erizaba a mi paso, y sentir de nuevo como se fundían en una, siendo así un infinito.
Me invadió una sensación de libertad, ser libre a tu lado. En ese instante supe que era así cómo me imaginaba cada noche y cada día de mi vida: libre a tu lado.
Podría haberme quedado así toda la noche. Mirándote sin verte en la oscuridad. Imaginando tu cara, imaginando la mía.
Lo siento. Te desperté. No era mi intención, no quería hacerlo. Me tendiste la mano y te quedaste dormida. Aún no estoy segura de si realmente despertaste o de si solo fue un acto reflejo.
No lo pude evitar. Te susurré algo al oído. No quería que lo oyeras, sólo que lo supieras, sólo lo mucho que te quiero.
Como pude, casi sin moverme, casi sin respirar, me tumbé a tu lado, encajando nuestros cuerpos. Creo que me dormí.
Al despertar rompí la perfección, creando una figura nueva, diferente. Nuestras espaldas chocaron. Esta vez sí me dormí. Recuerdo el frío y de cómo me hice un ovillo.
No sé cuanto tiempo pasó, pero el sol comenzaba a asomar. Nuestros cuerpos estaban de nuevo encajados. Yo no me había movido. Los habías encajado tú, rodeándome con tu brazo y uniendo nuestras manos junto a mi pecho. Qué había pasado? Me habrías susurrado? Sólo sé que esa mañana el sol teñía tu cara de un peculiar color que te hacía más bonita, si cabe. Y una mañana más, me volví a enamorar del mismo ser. Te veía vulnerable, deliciosa.
- Buenos días cariño…
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