Era la tercera partida y Dicken se disponía a mover su pieza. En tanto que Mr. Shulk jugueteaba con su pipa en la boca y observaba con todo cuidado cada cuadro del tablero de ajedrez.
El humo se perdía entre los libros y el fuerte aroma a tabaco invadía toda la biblioteca, creando una atmósfera asfixiante.
—Discúlpeme Shulk —dijo Dicken suspendiendo su jugada—, ¿ha pensado usted en dejar de fumar?
Mr. Shulk soltó lentamente el blanquecino humo por las fosas nasales y luego de dudar un instante, respondió:
—Como notará, ya no soy muy joven, y comprendo que usted es mi nuevo vecino, así que me veo obligado a explicarle que, la buena vida que llevo, la conseguí gracias a las sabias decisiones que tomé durante mi juventud —se detuvo en este punto para llevar nuevamente la pipa a la boca, luego siguió diciendo—, con todo respeto, creo que a esta edad merezco y puedo elegir la manera en que deseo morir.
—Tiene toda la razón del mundo —expresó Dicken mientras se tocaba la barbilla—, pero es usted mi único vecino y no me gustaría perderlo tan pronto, además, no es muy viejo y fácilmente conseguiría vivir unos diez a veinte años más.
Mr. Shulk sonrió en silencio y bajó la mirada.
—Shulk —dijo Dicken, mirando a su compañero de juego—, le referiré una historia que quizá le haga cambiar de parecer.
Esto sucedió una madrugada, en una estación casi vacía. Un joven comerciante se encontraba aguardando el primer tren del día, y se prestaba a encender su cuarto cigarrillo cuando escuchó hablar al único hombre —desconocido por cierto—, que se hallaba sentado a su lado:
—Parece muy nervioso joven… —a lo que éste respondió:
—Soy comerciante y tengo una reunión muy importante esta mañana, y creo que el tren se está tardando demasiado.
—Pero si sigue fumando de esa forma conseguirá perforar sus pulmones antes de que llegue el primer tren —aseguró el desconocido.
Al escuchar esto, el comerciante no pudo menos que soltar una risotada. Una carcajada espoleada más por el nerviosismo que por el comentario del hombre.
—Claro, una ridícula exageración —interrumpió Mr. Shulk.
—Eso mismo pensó aquel comerciante, pero espere —exigió Dicken y continuó—, que no he terminado de contar la historia.
El fumador encendía el quinto cigarrillo. En ese momento, el hombre que se encontraba sentado a su lado reaccionó violentamente y agarrándolo del cuello con una mano, con la otra le aplicó dos puñaladas en el pecho.
—Odio el humo y a pesar de todo tengo que dar gusto a estos malditos suicidas —decía el asesino en tanto que observaba a su victima morir como un pescado fuera del agua. Le había perforado los pulmones.
—¿Con un cuchillo? —preguntó Mr. Shulk con aire incrédulo.
—No, no, no —dijo Dicken moviendo la mano—, no era cualquier cuchillo Mr. Shulk, vea usted —dijo mostrando lo que llevaba en la solapa de su saco.
—Como podrá apreciar, el mango es de hueso y la hoja es bastante larga para traspasar a un hombre, además, su doble filo facilita bastante ese trabajo.
Diciendo esto, Dicken volvió a guardar el objeto bajo su saco y agregó:
—Espero que piense dos veces antes de volver a cargar su pipa Mr. Shulk. No creo que desee morir con los pulmones perforados a causa de ese humo asesino. |