Me desperté con un terrible peso en la cabeza.
No sabía que me pasaba, hasta que fui al cuarto de baño, y me miré en el espejo.
Tenía un enano encima de la cabeza, tremendamente gordo, que me sonreía y me saludaba.
Alarmado, fui al médico.
Doctor -me dirigí al bata blanca-, mire lo que me ha salido en la cabeza.
El Doctor me recomendo dieta estricta -para el enano-. La intervención quirúrgica no podía ser recomendada.
Si aliviaba el peso del enano -recomendó el doctor-, me dolería menos la cabeza.
Sin embargo, el dolor no cede, pese a la dieta.
Volví al doctor, y le dije que el enano me salió el mismo día que maté al idiota de mi vecino. Lo tenía merecido. Regaba los arboles de su jardín, y de paso me regaba a mí también. Ya le había avisado de que lo mataría, pero no había hecho caso.
El doctor, dijo no poder ayudarme, y me entregó dos tarjetas. Según él, alguna de las dos personas podría ayudarme.
Una tarjeta era de un sacerdote, y la otra de un policía.
Estas líneas las estoy escribiendo al lado de Tom, apodado "la bestia". Me tiene echado el ojo.
Ya habréis adivinado cual fue mi elección...
... Por cierto... El enano desapareció... |