Era una entrevista de rutina, pero...
Acaso eran las 5:00 de la tarde cuando llegué al exclusivo barrio donde estaba el cafecito que sería escenario de nuestra entrevista.
Luego de ordenar, me coloqué en una de las mesas más apartadas del sitio: lo suficiente como para manejar con discreción el encuentro, aunque ese lugar estaba frente a un enorme ventanal (tal vez la recurrente necesidad del inconsciente por sentir una salida próxima).
A los cinco minutos apareció ella, con su característica túnica y su guadaña. Se sentó frente a mi, lo cual no es de sorprender pues ella nos conoce a todos.
A manera de saludo lance la primera pregunta:
-- ¿Mucho trabajo? (inmediatamente me arrepentí de haberlo dicho)
Con una amabilidad que -no sé por qué- nunca habría esperado de ella, me respondió:
-- Lo de siempre.
Entonces empecé con el análisis rutinario de cada entrevista: estudié sus facciones, su atuendo, no encontré nada fuera del cliché, aunque sí, había algo diferente en su rostro, pues ciertamente reflejaba una enorme serenidad.
-- Antes de iniciar quisiera excusarme por distraerle de sus ocupaciones, que todos sabemos son muchas.
-- Para todos tengo tiempo, —respondió con amable sonrisa y agregó-- pero desde luego esto debe ser breve.
--¿Será posible que me explique el por qué no escogió otra profesión?
-- Si estuviera en mi persona el haber decidido, tal vez no habría resuelto formar parte de esto. Pero debo confesar que a través de los siglos aprendí que este era el oficio que necesitaba.
-- ¿Por qué?
-- Porque llevar la paz al alma atormentada, el consuelo a la entristecida y la calma a quien lo vivió todo, resultó, a la larga, mejor de lo que creía, de lo más gratificante.
Hasta ese momento no comprendía lo que estábamos hablando. Creo que estaba obsesionada pensando por qué tenía esa cara tranquila, en mi fuero interno pensaba: “acaso no siente remordimiento”, así que con gran confusión lancé la siguiente pregunta:
-- ¿Existe un tiempo para cada uno?
-- No es así. Llego a las personas la mayoría de las veces por sorpresa, aunque cuando soy esperada generalmente es porque han resuelto todo ya.
-- ¿Cómo es eso? ¿Acaso se resuelve todo antes de ese día?
-- Cuando el que me espera ha vivido y sabe que su hora se aproxima, no tiene más que ordenar sus ideas antes de abandonar este mundo y podrá decir en el otro que lo resolvió todo.
Miré hacia el ventanal un tanto preocupada. Quizá esta entrevista no me correspondía. Era difícil pensar frente a alguien con tanto poder.
-- ¿Cuándo decide usted que debe visitar a una persona?
-- Lamento decirte que tu pregunta es absurda. No es mi decisión, son las circunstancias las que determinan ESE momento. Así que no podría responder a tu pregunta, sólo sé que debo visitar a alguien y lo hago.
-- ¿Es un misterio también para usted?
-- Tan grande como todo lo que tiene relación con la vida, como nacer o como envejecer. Sólo sucede.
Por primera vez escuché lo que decía. La reflexión llegó entonces y le comenté:
-- El tema nos resulta tan desagradable que no es fácil pensar respuestas tan simples. ¿Existe algo que quisiera que todas las personas supieran sobre usted?
-- Bueno... No. Creo que si tuviera algo que decir ya lo habría dicho. Me acostumbré al temor de las personas, a la ignorancia, al dolor y a todo lo que se relaciona con mi trabajo. Tal vez hubo veces que quise comunicarme, pero las respuestas llegaron pronto y solas.
Habrían pasado como 20 minutos. Era hora de terminar la conversación, pues así se había acordado antes.
Sin embargo, había una pregunta que estuvo en mi cabeza todo el tiempo, pero que no sabía como plantearla. Finalmente la lancé a quemarropa:
-- ¿Cuándo terminará con su trabajo? ¿Algún día llegará el descanso eterno para usted?
Se agitó repentinamente. Tal vez no esperaba aquello, tal vez sí pero igual le incomodaba.
-- Creo... No. Sé. Sé que el día llegará, porque todo tiene final en este mundo (y en el otro), pero como todos, no sabré cuando. Será cuando deba ser y sin postergaciones. En esto no hay preferencias.
-- Le agradezco su tiempo. Espero que al publicar la entrevista quede a su satisfacción.
-- Bien. También lo espero.
Se levantó entonces de la mesa y, con mesurado paso, salió del Cafecito.
Es curioso, pero esperaba que me diera un adiós antes de marcharse y temía un “hasta muy pronto” que redujera mis posibilidades de vida considerablemente, pero no ocurrió. Así como llegó se fue. En cambio, me quedé en mi sitio pensando con temor y confusión sobre este diálogo tan extraño y simple a la vez.
Pocas entrevistas me han dejado tan profunda impresión, aunque era de esperarse, sobre todo si se tiene el honor de entrevistar, aunque sea por veinte minutos, a la distinguidísima Muerte.
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