Raúl Rípola había escuchado toda su vida, y si bien de niño se dio cuenta que no podía hablar, huérfano desde los diez años, no había tenido contacto con casi nadie hasta el día que se mudó a Villa Los Álamos.
Hombre de hablar con gestos y palmada amiga, se convirtió en el confidente del pueblo, nunca dio un consejo, pero escuchaba, y eso era suficiente.
Para el ’83 Don Raúl ya tenía más de 70 años pero esto no le impidió sentarse noche tras noche frente al televisor con el cuadernillo del Plan Nacional de Alfabetización.
En menos de un año el viejo Raúl escribía correctamente. La gente del pueblo estaba orgullosa (orgullo ajeno pero sincero), pero él había comenzado a escribir los
secretos guardados por tantos años, las confidencias reiteradamente oídas.
Tal vez por eso Raúl se fue quedando solo, sin nadie a quien escuchar...
...sin nada que escribir.