I love you, Fernando (Fotografía realizada bajoTorre
Tavira)
La capital es blanca y tiene enormes ojos por arriba.
Blancas torres vigías se distienden para observar el
mar.
La calle Plocia, en cambio, desliza ciegamente su
trazado hacia abajo
y, en la panadería, aún puedes encontrar ciertos
picos,
con sal de blanco Cádiz -taza-, para roer un rato.
I love you, Fernando. Los dos huesos tan blancos de
corvina descolgados del cuello que mantuvo la estrecha
relación con la mujer castiza que me abrió el universo
de lectura. Esto es divertido, me dije aquella noche y
me puse a soñar. Los escritores son un mundo de magia,
pero, dentro, la magia se convierte en un mundo de
dimes y diretes. I love you Fernando con tu muñeca a
cuestas, importada por tí de la Chiclana eterna.
Muñecas de Chiclana pasean por Nueva York con peinetas
y chanclas.
“Esto es la modernez”, me dijo un cierto escritor de
Jerez. “O la osadez”
-nos dijo-, en tanto presentaba su revista de nadie,
pero siempre de alguien, vaya a ver: de nadie nunca es
nada.
Luego llegó ese otro que presentaba todo, y todo era
suyo o pretendía así.
I love you, Fernando, con tus sandalias vivas de andar
por la bahía de los vientos y yo, como una loca,
releyendo a la Hortensia de la sal que guarda todo Cái
en su entrepierna. I love you y bendito, mucho bendito
you y very well lo tuyo, y lo de tantos que mueren
asfixiados sin que nadie los suba hasta el rellano que
siempre merecieron.
Las calles de este Cádiz van a morir al mar: el amplio
océano que se acerca hasta el ficus, se detiene
mirando a ese balcón que mira y se miran constantes,
se comentan sobre aquella mojarra, el pescaíto, el
mosto de narices, las sardinas.
Bujarrones de Cádiz alzan nidos, bailaoras gaviotas
que, al pasar, arrastran crisantemos tras su sombra,
cristales de la sal contra la sal del mar, los
risueños sarasas, maricones, de lo mejor de España.
Las mujeres de Cádiz son más blancas contra la sal del
mar,
sus cuerdos cuerpos van tostando en la tarde,
hasta tocar -a dedo- el festivo color del chocolate.
La catedral, al vuelo, va alzando su cúpula hacia
terribles cielos bizantinos. Un ambiente de España de
Colón se abre, en la mañana, contra muros de noche que
recorres frente al Francia París.
En la mañana incluso, Raimundo va ofertando libros de
dos, de saldo,
poemas que tocaron los existencialistas.
Retales de Oscar Wilde, complicidades griegas de
Odysseo Elytis.
Blanco es Cádiz, esa ciudad tan próxima al estrecho,
tan valiente.
La verdadera valentía
hay que bautizarla en el mar
que traiga el rumor del efecio
a las enormes viviendas de vecinos
que abandone los campos de batalla
que crezca entre el amor y entre los libros
que aparezca con un nombre más hermoso
y se detenga allí
para expulsarla e insultarla
para atarla firmemente y juzgarla.
I love you, Fernando.
Desayuno en la plaza con Pilar, aparcado Platero en
las esquirlas de un viento de levante que nos come.
Viejo asomándose a la reja (Técnica mixta)
Sigo con Odisseo. Llueve sobre cualquier ciudad que
miro lentamente por mi ventana abierta
Hermosa vida tristísima
Piano distante y subterráneo
Mi cabeza se apoya en el Polo
Y el heno me posee
Guadalquivir secreto de la escritura ¿dónde me llevas?
I remember. Tengo cerca otro libro.
Los autores locales desconocen
lo que lee el poeta entre sus líneas.
Un libro incluso puede superarse
dedicando a cuchillo sus mil versos.
Hay obras a cuchillo en cambio
que no eternizan nunca al que las firma.
Día de lluvia hoy, los pararrayos, cuchillos y navajas
hacia el viento,
cortan agua y relumbran. Un sol de pararrayos grises
se posa en mi ventana cuando llueve.
Los molinos de viento son de niebla
y las mujeres frágiles corren a refugiarse en sus
maridos.
Ya no tengo cristal donde mirarme.
Dos gafas paquidermas me aproximan a un texto que
consigo
vislumbrar en la lluvia.
La musa pasa seca y Popeye me grita en la ventana,
busca un rato de amor, pero no tengo.
Le digo que lo intente en la ventana próxima.
Mi calle es de esas miles que venden el amor, cuánto
por hora.
No tengo material de esa moneda.
Va de vuelta Popeye, pues la madame no está
y el peso de la lluvia le ilumina y le veo la cara
y es Popeye, realmente es marino de la vida,
con un ancla de amor en sus endebles piernas.
Sigo escribiendo, pienso, me pregunto qué otro
ángel de amor carnal pasará por mi puerta.
Mi casa es la república independiente del Congo
o de la China. Es el trozo de piedra que en la noche
es más oscura aún, casi me esconde del miedo a la
torpeza,
es el cáliz vacío de algún tiempo que he de llenar con
versos,
es la casa de al lado de una casa de amor y de mujeres
dulces.
Mi casa es lo que es. Es sólo eso. Mis animales, yo,
sólo somos costumbre de la casa. Inventos de la casa
para paliar su soledad, humedad de la casa en la
ventana
donde pasó Popeye en busca del amor.
Y era tarde.
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