Gracias, por esos pimpollos rojos que hace varios años se habían ido de mis floreros... Un tibio y amoroso vaho dulzón sopló en esta terde de otoño, empecinada en un pedazo de frío atravesado como una estaca, dentro de mi almario vacío. Hoy, he creido, según susurraron mis lágrimas al conjuro del candor del aroma, que el alma errante regresaría.
Texto agregado el 16-05-2005, y leído por 162 visitantes. (2 votos)