Siempre lo mismo. Me abre el conserje hosco y desalineado y cruzamos el pasillo hasta el patio donde están los locos. Espantosos, descompuestos, chuecos, vagos, asquerosos, babosos, gelatinosos, obtusos, hijos de puta. Los locos. Alguno me conoce -¡Hola Guillermo! ¡Hola Guillermo! ¡Guillermo hola! ¡Guillermo! ¡Hola Guillermo Guillermo...!- ENE veces, y se le suman otros que pronuncian mi nombre de una sola sílaba, algunos casi llorando en una euforia atroz, sangrienta, inaudita, aberrante, hija de puta; tapándose la cara, mostrando un ojo y mocos y babas. "Guillermo", un nombre que no conjugan nada bien los tarados... Más les hubiese valido que me llamara Luis, Juan, o Iván... Hay uno que es estupendo, tiene un eructo largo, bestial, dura más o menos cinco de mis pasos, el eructo, digamos cuatro segundos, hasta seis le arriesgo, una especie de graznido gutural, canalla, gorrino, profuso, me enternece; me da ganas de llevarlo a la calle conmigo, igual que usted lleva a su perro yo llevaría a mi retrasado, qué tanto...
Cruzo la maleza inhumana de carnes, esputos, ojos extraviados, pescuezos, garras y ropajes manchados, por aquel patio luminoso hasta la oficina de la señora de Juárez. Otro espectáculo, la Juárez, que con sus cuarenta y pico y su culo raro me recibe como a un presbítero. Silenciosa y formal, me invita a ir hasta donde ya sé ir, ella primero, la sigo mirándole las nalgas, con alguna gana de cogerla o chuparla o algo. Por el corredor que forman las puertas de las oficinas hay un espejo a nuestra izquierda y le miro el culo. Café con leche volátil y maza caliente en el aire mientras deseo que ella juzgue mis ojos con ayuda del vidrio que los delata, que advierta que me estoy metiendo de lleno por su culo sucio, siniestro, mentiroso, ampuloso, abierto, magnánimo, hijo de puta, su mismísimo culo. Quiero que se entere de lo que creo que ya sabe, la puta de Juárez, quien es mi escaso brillo en esa perdición insensata. Y eche de ver, usted que lee, que denomino "puta" a la Juárez porque es una mujer disfrazada de No; digamos, no esposa, no madre, no hermana, no amiga, no compañía. No, su indumentaria es su culo, son sus locos y es su mirada insana, vista hija de puta.
Me acompaña hasta el reducto donde se encuentra la máquina, una computadora algo obsoleta pero rendidora, el servidor de la red que maneja no sé qué cosa de los lúcidos en beneficio de los locos. Yo voy a aquel sitio a modo de personal de mantenimiento de sistemas, un simple técnico, un embajador hijo de puta... Y los locos no, ellos tienen sus días de patio, sus músicas, sus menjunjes, sus llamados a comer, sus escupitajos, sus vómitos y sus alaridos... ellos tienen además su memoria, que creo es parecida a la de la máquina a cuyo sistema la Juárez se toma el trabajo de cambiarle la clave de acceso mensualmente. Clave que me anota confidentemente en un papelito. Y me deja solo... Decía, me resulta especial la memoria de los locos, ésa que pronuncia mi nombre miles de veces, como aullidos o quejas o susurros, como usted quiera. No sé nada de ellos, o sí. No los quiero. Me asustan, me divierten. No lo sé bien.
Una vez en el cuartucho la puta me cierra la puerta y se va, quedo solo con la máquina y su pantalla negra con letras blancas. Línea de intérprete de comandos Unix, escribo mis mandatos y obedece. Simple y exacta. La conozco, creo que ella a mí también, le pido y me da, no pregunta. Punto, no digo más a usted que lee, de cosa técnica.
A lo nuestro, había mandado la última vez al monstruo que me bajara del internet música en horarios nocturnos, en la noche de los locos, y me ha obedecido.
Conecto mi notebook a la red y me paso los archivos. Siempre lo hago en esos casos, la informática es elemental, mi estimado, y no dejo huellas que los demás puedan ver. Luego a la red local, a usted que me sigue le cuento: los perros y las computadoras son como sus dueños y hablan por ellos. Si usted quiere saber de alguien una de dos, o aprende el idioma del perro o el de la máquina. Puntual.
Mando en ese cuarto, me paseo por las máquinas de la administración y por las de las salas sanitarias como un fantasma, no me advierten. Quiero saber qué es lo que hacen, qué tienen entre neuronas, qué sufren, qué los distrae, qué los vive y qué los mata. Quiero saber porque sí.
Archivos de los locos, memos, estudios, mierdas. No me interesa lo científico, sigo ¡cartas! ¡escritos escondidos! ¡fotografías! Para mí, señor ¿acaso cree usted que para contarle algo lo invento? No, lector, usted es el que lee, yo transcribo.
Encuentro en una máquina un video, dos... Los copio a mi laptop, igual que la música. Así se vive de las máquinas, para ellas, desde ellas, armatostes hijos de puta...
Esa red es de mi autoría y no me guarda secretos ¡Pendejos...! Ya está, mi trabajo con la máquina principal es breve. Tengo que quedarme un rato para justificar los honorarios de la empresa que represento. La notebook es una bendición, me sirve de valija, cargo ahí lo que luego vendo. Música y videos a los pibes del barrio. Les encantan. Pongo la película, aparece la cara de mi preferido, el de los eructos que le mencioné. Tiene los ojos dispersos, mirando nada, no sé, debe ser loco o autista; una mano se los cubre con anteojos negros mas yo sigo viéndolo, babeado, hijo de puta, como siempre que lo veo. Se trata de una cámara digital, lo sé por la calidad, la imagen baja por el cuerpo arropado hasta el pantalón deportivo, una mano le corre la tela blanda, le saca el calzón. El loco está sentado, me pregunto quién será la dueña de esas manos, la sé mujer, la mano le agarra la verga, grande, le aseguro a usted que lee que es grande, créame... La toca, la sacude, luego la imagen de la cara con lentes negros, luego la mano tomando la pija. Un video casero, notable miembro tiene nuestro loco, hijo de puta, la mano que lo masturba es eficaz. Un eructo largo, muy largo, la cámara toma la boca abierta, espantosa, babosa, redonda, roja, brillante, terrible, hija de puta. La pija está inflada, la mano la forra de látex, parece que no hay nadie más, porque siempre se ve una mano de mujer. La otra filma. La toma confunde, la mujer sentándose sobre el loco, la mano guía al miembro exagerado y aislado, lustroso. Frota la vulva, se ve la melena del pubis ¿Será de la Juárez? Ojalá que no, ella es mi fantasía, mi puta, mi luz de los locos. Hay que ver cómo se mete la pija bien adentro, se frota contra el loco quien no parece estar disgustado ¡ése es mi chico...! Apenas veo las piernas porque la pollera cae, lleva el guardapolvo blanco, casi no hay ruidos, susurra como en secreto, goza, la puta. La cámara cae como abatida, enfoca una zapatilla del loco, un taco de la mujer, luego se recupera y nos muestra el miembro fuera, otra vez la mano, la cara enajenada tosca y bruta enseña los dientes, vaya uno a saber qué pasa, vuelve a la carga la concha, con violencia, con la pollera esta vez sujeta hacia arriba para que la cámara tome la acción algo oscura y torpe. Extrañamente me gustaría ser el loco en esa escena tan vista, tan común. Entonces creo que los pibes me darán una buena moneda, porno del mejor, del más duro...
Dejo la máquina a punto, sólo me aseguro de que funciona, tan perfecta ella, y me quedo con la imagen del loco y el interrogante de quién será la mujer que lo goza, no creo que sea la Juárez, tan seria ella.
Los locos, quizá ellos, como los perros y las máquinas, nos muestren las cosas de sus familias. Vergüenza, lástima, asco, amargura, miedo, fracaso, culpa. Los locos hijos de puta ¿Por qué no? Mis locos son hijos de puta, son los malos de la película que usted mira en casa. Así son amigables, mentales... ya le dije, hijos de mujer disfrazada de No, digamos, no esposa, no madre, no hermana, no amiga, no compañía. Me esfuerzo mil veces para verme en ellos. Me los llevo, los traigo ¡y que me meen todos los perros del barrio si me diesen lástima mis locos...!
Adelante el culo de la puta, otra vez el patio, otra vez -¡Hola Guillermo! ¡Hola Guillermo! ¡Guillermo hola! ¡Guillermo! ¡Hola Guillermo Guillermo...!- Y pienso ¡Vamos carajo! ¡Otra vez! ¡Más fuerte! ¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta! ¡Hijos de puta! ¡Qué bueno ser un hijo de puta! ¡Al carajo! Y me sube la adrenalina y enloquezco de sus manos y el mundo es genial... ¡Todos juntos! ¡Hijos de puta...!
Y otra vez la calle.
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