NOSOTROS LOS RAROS
Por ÓSCAR VALDERRAMA
Especial, así me siento cada vez que contemplo mis pies al caminar desnudos por arena mojada: dejando restos en cada uno de mis dedos. No voy a ninguna parte, como siempre, pero sigo caminando guiado por el incesante sol que, en ocasiones, parece iluminar cada paso que doy.
Vivo en un mundo que no es mío, la gente no mira y quizá ha dejado de aprender a querer; no me planteo el amor como algo importante, pienso que debería hacerlo, a lo mejor es algo más y siempre va desprotegido de una lógica incapaz de aplicar por nosotros mismos.
Me dedico a caminar, sin más, desde que mi único leit motiv es acudir a la oficina de desempleo a sellar un trozo de papel que me facilita una placentera y tediosa vida. Antes, cuando estaba ocupado, no me fijaba ni en el mar ni en la arena; en cambio, ahora vengo todos los días, realizando una liturgia asombrosa y a la vez muy significativa de lo que es y ha sido mi existencia: un largo paseo hacia ningún lugar.
Cuando observo a las personas que van por la calle sólo siento no poder preguntarles el porqué de tanta prisa. Tiempo atrás se me olvidó, sin recordar el aspecto de mi vida, tener que llegar a un lugar con exactitud y puntualidad. En mi muerte rozaré la ansiada perfección temporal, una cita a la que jamás nadie ha llegado tarde.
Viajo sin pensar en el trayecto, y en mi destino noto que todo permanece igual; quizá haya cambiado el cielo, no obstante sigo siendo el mismo.
Me considero aburrido, un parado inútil intentando que cada banco del parque parezca un museo; sé que todo anda mal, en cambio logro salir hacia el exterior para seguir pisando.
He conocido a una chica, una mujer especial aunque demasiado extravagante; rara en la forma de procesar un enamoramiento que no me alcanza. Me mantengo expectante ante un golpe de amor que pueda llenar mi corazón, quiero corresponderla pero sólo consigo llorar ante mi cruel y despótico acto de desprecio; algo que no deseo pero que es tan real como la sangre que brota por mis venas.
A veces todo es tan complicado que no encontramos una salida fácil; cierto, es así, nada es tan simple como darnos cuenta que cada vez que nos corregimos estamos dando un paso hacia atrás; sin salir, anulándonos y abandonando demasiadas falsas ilusiones por realizar lo correcto.
Mi abuelo me repetía una y otra vez, con demasiada mala leche como para escucharlo con atención, que tenía la obligación de creer; jamás supe a lo que se refería, ahora sé que cada vez que creo en algo estoy moldeando una parte de mi destino.
Me dirijo solo y desnudo hacia el anochecer, pensando en la ventana; y en ese plano general que capta mi cuerpo cayendo al vacío, sin más. Grito mientras voy descendiendo hacia el abismo de mi propia vida, todo pasa en un maldito segundo y no logra desaparecer; es más, se vuelve más potente y desgarrador.
Me dedicó una sonrisa con su hasta mañana, yo no sentí nada; llegué a pensar que no volvería a verla, hablaría con ella hasta alcanzar sus labios. Nada ni nadie podría detener mi hedonismo particular. En ese momento no pensé en la facilidad que tenemos los seres humanos para quitarnos la vida, qué rápido se puede acabar con todo. Sin embargo, no me consideraba uno de esos locos que rellenan los periódicos con sus vulgares muertes alrededor de noticias más interesantes.
El suicidio se puede ver de muchas formas, para mí era una salvación; ahora reconozco que partirse las piernas y depender de una silla no es un buen aprendizaje. Si lo hubiese logrado no escribiría este asfixiante texto, lo bueno es que al final todo vale e incluso sirve para algo. Tengo una historia donde he perdido y, a la vez ganado, un trozo de mi vida; lo veo todo distinto, creo en el amor, en el canto incesante de un grupo de pájaros que, recientemente, han emigrado; veo mucha luz e ilusión que me acompañan con toda mi armadura.
No puedo notar mis pies, aunque sé que ahora caminaré con la imaginación; que nuestros mejores trayectos siempre los realiza la mente, nunca el cuerpo.
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