Ni aunque resuciten todos mis muertos y vengan a saludarme para mi cumpleaños con un regalo de tierra húmeda, y me abracen llorando por el tiempo que me faltaron y por el tiempo que les falté; y me digan que ni aun en la oscuridad más oscura sus recuerdos se oscurecieron, y que sus uñas están lo suficientemente largas para tajar a la muerte hasta poder escaparse por entre sus pedazos nuevamente; y me narren historias y me revelen secretos impensables de mundos moribundos y cielos de mortaja. Ni aun así.
Ni aunque me dijeran que Dios me manda un abrazo etéreo, un abrazo celeste; y me mandara a decir que por ahora está conforme conmigo, pero que me cuide mañana, y que deje de pensar en ciertas cosas.
Ni aunque yo mismo desaparezca algún día y queden encerrados en tres cajas mis silencios, y mis juventudes repartidas entre varios cuerpos - aún mortales- que andan por ahí. O en el reflejo de varios pares de ojos a los que alguna vez cerré de un puñetazo...
Ni aun así podría yo ser más feliz esta noche, en la que viniste a llevarme a otra tierra donde los abrazos son eternos y los besos ensordecen; en la tierra donde los espejos sólo reflejan ilusiones, y los sueños son mas dulces que los sueños dulces de otras tierras. En donde cada parpadeo es un suspiro y el sol, y la noche y la luna y el día, conviven en una especie de caos sublime en el que el azar se postula inoperante, y las medidas de las escuadras y de todo lo que mide se regula con nuestra alma, atravez de nuestros ojos, precipicios en el tiempo ensangrentado, y misericordioso.