Acostumbraba visitarla. Cada tarde durante una larga temporada ir al parque era la hora más esperada del día. Salía de la escuela, realizaba sus deberes y al terminar sus caricaturas favoritas de la televisión, gustaba de jugar fútbol en el parque, eso le decía a su madre. Era su pretexto más usado.
Zalia llegaba a esa pequeña biblioteca pública todos los días a las tres de la tarde. La biblioteca, junto a los columpios y pasamanos, era pequeña no sólo en su espacio, sino también en su escaso acervo que sólo contaba con unos pocos libros de cuentos, ciencias naturales y de historia. Eso no era lo suficientemente interesante para un niño de siete años, que su único interés era estar un momento con Zalia.
Le gustaba cómo ella, al verlo llegar, lo recibía con un beso en la mejilla que no tardaba en sonrojarse. Luego, ella hacía un dibujo sobre una hoja blanca y se sentaba junto a él a colorearla. Eso de rellenar de colores animales o paisajes no era difícil para él, pero lo hacía lo más lento y torpemente posible para cometer errores: azul donde va verde o soles color morado, con tal de hacerla permanecer a su lado, sentada en las diminutas sillas de madera color naranja.
Había tardes en que no se paraba nadie por la biblioteca, pasaban un largo rato para ellos solos, para disfrutar de la compañía de Zalia. Pero otras veces estaba llena de niños y niñas que distraían la atención de ella. Él cuidaba que no se robaran los colores, y cuando los demás se iban todo volvía a la normalidad, incluso cuando daban las cinco de la tarde y el novio de Zalia aparecía en la puerta de la biblioteca.
El novio se quedaba con toda la atención de Zalia. Le robaba el tiempo, su tiempo, dos horas antes de las siete. Él ya se había acostumbrado a las visitas del novio y optaba por irse. Pero a al hora de cerrar la biblioteca procuraba estar cerca para conseguir el beso de despedida y después verlos alejarse y perderse entre los árboles del parque.
Esas tardes se repitieron muchas veces: los colores, las sillas, la tarea, las caricaturas, los columpios, las mejillas sonrojadas, las visitas, los soles morados, los libros de ciencias naturales, los dibujos de animales, el parque, los árboles… la huida y la bibliotecaria. |