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Me desperté con un riudo insoportable. Ya habían empezado otra vez a trabajar los maestros de al lado. A las 8:00 en punto, los muy desgraciados. Por qué no se apuraron antes en vez de andar corriendo ahora para terminar la casa luego. En fin, no quedaba otra, ya no se podía dormir, decidí levantarme y dar un paseo en bicicleta. El día estaba muy agradable y no tenía nada qué hacer antes de irme a la oficina.

Puse en una mochila el uniforme del banco, los zapatitos de señorita pituca, las medias y me dí una rica ducha, lejana mi mente de las atrocidades que me esperaban.

Me vestí con un buzo rasquiento y zapatillas rotas, ya que sabía que el polvo de este lugar dejaría en paupérrimo estado las nuevas, me tomé una leche con toda la calma del mundo y tomé la bici para enfrentarme al día, mochila al hombro.

Subí un cerro que hace tiempo tenía ganas, no lo conocía, sólo de lejos. Es maravilloso, están ahí la mayoría de especies arboríferas de la zona. Los pájaros hacían fiesta al Sol, los pumas pretendían no ser vistos y, al llegar a la cima (no me costó tanto como me habían advertido), el río, azul, con el Cielo dándose un baño matutino, lleno de gracia y esplendor.

LLegué de vuelta abajo y recordé que tenía que irme a trabajar. Eran las 11:00 y yo entraba ese día a la 1:00, así es que aún tenía un par de horas, pero, como ya no había mucho que hacer en tan poco tiempo, decidí ir a mirar, mirar no más, el florero del que me había enamorado el día anterior. Llegué a la tienda en menos de media hora y la siguiente media la dediqué a pensar si lo compraba o no. Andaba sin plata, todavía no me pagaban, pero podía pagar con tarjeta...

Lo compré, sin pensar que andaba en la bicicleta, con la mochila y las dos manos ocupadas en el "manubrio". La señora de la tienda fue súper amable y me lo envolvió hartas veces en diarios y lo guardó en una bolsa. Era harto carito como para que se me quebrara sin haberlo estrenado, por lo menos.

Lo colgué cortito en la bicicleta y me fui al banco, ya me quedaba poco rato, aunque suficiente para no correr.

Estaba muy feliz con mi compra, el florero era hermoso, pintado a mano por la misma dueña del negocio, la señora Cata, tan dulce siempre ella. Yo ya era su casera, prácticamente. Desde que arrendé la casa en que vivo, le he comprado montones de cosas para adornar mi hogar. Soy tan cachurera como despilfarradora. Lo más seguro es que muchas de las cosas que le había comprado a la señora Cata, en un tiempo las regale a alguna amiga pedigüeña.

Absorta en las profundas reflexiones que despertaba mi florero nuevo, no me dí cuenta que venía un jetón en su auto en contra del sentido del tráfico y crucé muy feliz.

Lo único que alcancé a ver fue el florero volando por el cielo, iba justo a estrellarse en una ventana. Apenas me había dado cuenta que estaba toda golpeada y adolorida y traté de correr para alcanzar el jarrón, pero no pude.

Se bajó el conductor, pelotudo él, y me ha empezado a gritonear, como que yo tuviera toda la culpa.

"Imbécil", le dije, "párame, por lo menos y después discutimos".

Y él, tan fresco, como que siguiera siendo yo la culpable del asesinato del jarrón, me dice "párate, po'".

Me paré como pude, le encargué la bicicleta a la señora Cata, tomé mi pobre mochila, toda apachurrada y me subí a su auto. Así de picante como andaba yo, el cuico atropellador debe haber pensado que era una rotosa cualquiera y me siguió retando y trataba de sacarme del auto.

"Llévame a la clínica más cercana, por favor. Ten siquiera un gesto decente, roto emergente (porque ahora no existen los rotos con plata, se les debe decir emergentes).

"Te llevo, pero hasta ahí no más llegamos y se acaba la pesadilla de haberme topado contigo, cabra pajarona".

Pensaba yo cómo este huevón podía ser tan cara dura de seguir creyendo que yo tenía la culpa. Era él quien venía en sentido contrario, a todo chancho y pajareando, con la música demasiado fuerte, según yo, para poder manejar concentrado.

No sabía cómo hacer para que me acompañara dentro de la clínica y no se librara tan fácilmente de su error.

"¡Ay, mi florero nuevo!"

Por suerte, había un paco justo en la entrada de Urgencia, bajé el vidrio del auto y le dije: "Disculpe, el señor que me trae me acaba de atr..."

No alcancé a más, el troglodita me cerró el vidrio con el automático y el paco se quedó con cara de no entender nada, pero parece que sus preocupaciones eran mayores, así es que no me dio mayor bola y siguió su camino.

Otra vez el reto y yo con una cara de sorprendida, lo miré y ahora, más que indignada, le grité de una vez que él era el que venía mal, al revés, manejando muy fuerte ("rápido", me corrigiól), sí, rápido y con la música fuerte ("alta", dijo"). Y más encima, se quebró el jarrón, que me había costado veinticinco lucas. Un jarrón único. Poco le importó al papanatas. Al final, gracias a mi pseudo amenaza con el paco, me acompañó a la ventanita de la mujer de la urgencia y le dijo que yo había sufrido un accidente y qué él, como ciudadano honorable, no podía dejarme tirada.

"Plop".

Mientras esperábamos que me atendieran me preguntó que como que él tenía la culpa si esa calle era de ambos sentidos.

"Sí, hasta hace dos meses". Le dije, tratando que se notara la sorna en mi voz.

Bueno, parece que ninguno de los dos era "TAN" culpable. Cuando me llamaron, se fue sin decirme ni chao, pero me miró esperando que yo le diera las gracias. Antes de agradecerle, pensé si se lo merecía o no. Perfectamente, él podría haber seguido de largo, sin embargo, se bajó del auto y, aunque me retó todo el tiempo, igual esperó hasta que me atendieran.

¡Ah! Y además, me prestó el celular para llamar al banco.

Pasaron los días, recuperé mi bicicleta. La señora Cata estaba muy preocupada, tan dulce siempre ella.

Cuando volví a trabajar (no me pasó nada grave, sólo me mandaron a descansar unos días), al llegar a la casa, el guardia me entregó un paquete y dijo que lo había dejado un señor, sin decir nombre ni nada.

¡¡Sorpresa grande cuando abrí el paquete y me encontré con el hermosísimo florero pintado a mano por la propia señora Cata!!

Dentro del envoltorio, que casi boté con todo, había un pequeño mensaje.

"Perdóname, el jarrón salió ileso. Llámame, cabra pajarona".

Firmaba como Felipe.

Así que se llamaba Felipe.

¿Lo llamaré o no?



Marita

Texto agregado el 14-05-2005, y leído por 183 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-05-2005 pinche vieja, perdón migueltr
15-05-2005 ¿Que es una cabra pajarona? ¿Será el equivalente al "piche vieja" mexicano? migueltr
15-05-2005 Llámale ! es un hijoe... pero tiene corazón. Sólo puliría un poco lo que es demasiado coloquial... me gusta. samorales
 
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