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Muy poco después de caer dormido y momentos antes de despertar, cuando el sueño se hace indispensable, sentía elevarse suavemente sobre la cama. Pero apenas comenzaba, o bien caía en lo profundo del sueño y ya no podía seguir, o sencillamente despertaba confundido y decepcionado.
Buscó mantenerse en un duerme vela mediante los más variados métodos: gimnasia, cocteles de café con valium, diversas e infalibles infusiones, autohipnosis, programas de televisión, etc., pero nunca logró nada en concreto.
Pensó que si hacía como que no le interesaba, a lo mejor lograba algo, por lo que se dedicó a las más distintas actividades lo más alejado posible de lo paranormal; pero de forma perfectamente regular, poco despuésde caer dormido y momentos antes de despertar, sentía que se elevaba suavemente de la cama, es más, se veía dejarse abajo a si mismo desde una especie de tercera persona que desde arriba podía contemplar a ambos. Eso lo podía recordar perfectamente todos los días por la mañana. Reconoció que de profundizar el análisis con la debida seriedad, podría llegar quizá a entender algo del misterio de la trinidad de Dios Padre, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo en una sola persona; lo pensó muchas veces. Una noche, antes de caer dormido, sintió que se había elevado un poco más que de costumbre. Hasta bien pasado el medio día, recordó que por excepción se había acostado con los brazos a los costados y no sobre el pecho como de costumbre, dado lo cual, pensó, era un problema de gravedad, de exceso de peso, por decirlo así. Apenas pudo esperar a que llegara la noche, se acostó con los brazos debajo del cuerpo, desnudo y sin taparse, su tercera persona percibió una elevación de casi treinta centímetros. Esa noche durmió como nunca, antes de despertar sintió que volaba una vez más, pero un brazo o las cobijas le impidieron mejorar la marca anterior.
Se puso a dieta rigurosa, se cortó las uñas, el cabello y hasta se quitó el bigote, lo que redujo su peso hasta el límite de lo permisible. Una noche de sábado intentó una levitación mas, se bañó y se acostó poniendo las manos debajo del cuerpo con las palmas hacia abajo y esperó el momento. Comenzó a elevarse poco a poco, separó las manos de la cama y siguió en el aire. Sorprendido, se vio a si mismo separarse del cuerpo que quedaba dormido en la cama y flotar suavemente hacia el techo. Durante las noches siguientes pudo llevar a cabo experiencias cada vez más complejas. Su segunda persona, la flotante, ya podía realizar movimientos y giros con grado de dificultad creciente, y mostraba una cierta tendencia a hacer lo que se le viniera en gana sin considerar a los demás. Su primera persona, la yaciente, la persona raíz, se mantenía simplemente estable, inmóvil y aparentemente indiferente. Su tercera persona, la de la actitud observadora, desarrollaba una posición de cierta preeminencia sobre los demás, como de vigilancia, como de autoridad.
Y en esa especie de interconciencia colectiva, poco a poco aprendió a desplazarse entre sus tres personas, al principio con gran trabajo, pero al paso del tiempo logró hacerlo con la maestría de un trapecista consumado. Las sensaciones que recibía eran más y más diferenciadas, primero, como que cada uno intentaba permanecer el mayor tiempo posible en el escenario, luego como que pretendían minimizar la importancia de los otros, hasta que francamente empezaron a ponerse trampas y obstáculos, como políticos. Una madrugada se desató formalmente la lucha por el poder, duró varios días y fue una etapa confusa y llena de hechos lamentables.
Ya no podía dormir ni estar despierto, ni trabajar ni divertirse. Así se mantuvieron las cosas hasta la noche en la que de alguna manera, su tercera persona se instaló como rector, guía y conductor de los demás... Por unos momentos todo quedó flotando estático e intemporal. De pronto, su segunda persona, la flotante, haciendo un giro de complicada arquitectura, inició un alejamiento uniformemente acelerado hacia algún punto sólo por él conocido y desapareció dejando en el espacio vibraciones que hablaban de libertad.
Su primera persona simplemente se desvaneció sin dejar huella, y la última, de pronto se vio sola, sin saber que hacer ni a quien ordenarle nada... y se fue sumiendo en una oscuridad creciente, y en una ausencia creciente también de toda cosa y asunto. Quedó sumida, al fin de la caída, en lo insondable, en la negrura total, en el caos primigenio... Así paso muchísimo tiempo, un eón de eones, sin un cambio, ninguna alteración, una eternidad llena de nada.
De pronto, sin saber por qué, sintió la necesidad imperiosa de hacer algo, de ordenarlo todo, ya no podía esperar más, y decidió comenzar por el principio... lo primero que hizo fue decir: Hágase la luz... y la luz se hizo...

Texto agregado el 14-05-2005, y leído por 125 visitantes. (0 votos)


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