Sucedía de repente, siempre al bañarse, cuando las manos tocaban zonas erógenas. Algo se iniciaba, lento y con seguridad, penetraba profundamente hasta confundirse por completo con su ser actual. No tenía regla fija ni calendario, le pasaba cada año o cosa parecida, sin un aviso.

Todo comenzó al enjabonarse, igual que la primera vez y prácticamente de la misma manera: A un ligero roce de su mano, un golpe desde dentro le quitaba las fuerzas, le entraba un gran calor. Proseguía con un roce suave y acompasado, como si se masturbara, y el cambio arrancaba sin que ya nada lo pudiese detener. Caía en una laxitud como de muerte, luego principiaba la transfiguración: Primero el pelo que cambiando de color crecía entre rizos y bucles hasta cubrirle media espalda; sus músculos parecían disolverse cediendo ángulos y volumen, perdían fuerza y adquirían la rotundez que sólo las mujeres hermosas poseen. La transformación siguió adelante, cada vez más acelerada, hasta que no quedó nada por hacer. Salió de la ducha, se vio en el espejo, desnuda, imponente, sonrió y se buscó los perfiles antes de secarse, tomó la máquina de rasurar, la loción, la ropa que había seleccionado y con un gesto de contrariedad las dejó caer en una gran bolsa, se envolvió en una toalla dirigiéndose a la recámara mientras pensando en alguna forma de cancelar la cita con ella, y tratando de recordar el teléfono de..., hacía tanto que no lo veía... desde aquella vez que, después de un baño... especial, tuvo que escabullirse disfrazada con sus propias ropas... si, fue cuando lo conoció.
Terminó de vestirse, ya para salir contempló su imagen... todo perfecto, incluido el medallón de dos caras, ambas bellas, regalo sin duda de alguien querido, o... querida tal vez ?