Esa noche había salido por pura costumbre, no por hambre. La noche cerrada se aclaraba un tanto con la luna redonda y reluciente que parecía contemplarlo todo al mismo tiempo.
Sus oídos registraron una presencia cercana al tiempo que un reclamo con tintes de urgencia. Aguzó el oído y la ubicó, se encontraba ya muy cerca, su primera reacción fue escapar a toda su velocidad que no era poca, pero se contuvo. Llevaba ya varias horas deambulando sin decidirse a algo en concreto y resolvió que no iba a resolver, que por él podía pasar lo que tuviera que pasar.
Lo alcanzó y lo tocó muy suavemente, le dijo sin palabras que tenían que hacer juntos algo muy importante, por lo menos para ella. Algo se empezaba a cuestionar pero se dejó llevar. Ella lo envolvió entre sus ternuras y urgencias, volaron hasta la luna y de regreso, se hicieron el amor con furia y con ternura infinitas.
El final fue abrupto, entre cortos gritos casi inaudibles y demostraciones de acrobacia de primer nivel. Luego ella se fue, desapareció casi tan de pronto como había aparecido. Quedó solo, se acicaló un poco, y con un suspiro profundo reinició su deambular por entre los árboles bajo la mirada ahora crítica de la luna blanca, mientras se imaginaba algunas de las posibles consecuencias de su reciente encuentro, no se sentía particularmente orgulloso de lo hecho, la razón debería prevalecer, pero es que las hormonas...
Mas nó, al fin y al cabo los vampiros también tenían una responsabilidad que cumplir en el mundo, a ver: Si ella tenía descendencia ¿ Sus vástagos serían quirópteros insectívoros comunes y corrientes los lunes, miércoles y viernes; para convertirse en vampiros ávidos de sangre el resto de la semana ...?
Y juntando las manos, cerró los ojos e hizo acto de contrición; se prometió que en adelante iba a pensar las cosas dos veces antes de dejarse llevar por los instintos... sí...