Mis mejores aires

¿Quién iba a pensar que yo, precisamente yo, terminaría viendo pelotas en vaivén como tarado de circo? Si habré conocido a más de un infeliz pasar de la mano al olvido, del agite a la inutilidad, jodido con el cambio de la moda o ridiculizado por el fútil capricho femenino. Sólo los clásicos pasamos de los ágiles dedos tejedores del artista creador a las manos del excéntrico coleccionista, a ocultar las coquetas miradas de una esposa infiel, a avivar los intentos del voyeurista que, con un simple agitar de muñeca, levanta faldas y fizgonea entrepiernas, a complementar los contoneos de una apasionada bailarina exótica o conceder glamour a la joven inexperta. Yo que siempre imaginé a la realeza como mi seguro destino, jamás pensé que terminaría arrepintiéndome de mi propia ambición. Después de haberme zarandeado entre escotes generosos, situaciones comprometedoras y veladas exitantes, me encuentro aquí, con el sol quemándome los hilos, batiéndome monótono ante el cuello vetusto de una Reina Madre, que se distrae siguiendo como autómata una diminuta pelota durante un estúpido torneo de Wimbledon