Una de las cosas que complicaba enormemente a Augusto era la facilidad que tenía para hincharse. Se tomaba una taza de agua y se llenaba de gases, bostezaba y su estómago se inflaba como globo aerostático, se reía y ya no podía dar un paso más sin correr el riesgo de emitir ruidos muy poco decentes. Todo lo que hacía desembocaba en la misma historia.
-Hay circunstancias de la vida que son demasiado adversas para uno- se lamentaba el pobre tipo. –Existen los que sufren de gota, enfermedad que por lo menos entrega estatus, otros sufren de dolencias cardiacas y eso los envuelve en un halo de romanticismo inigualable, pueden morir de amor, padecer en silencio con la espada de Damocles oscilando sobre sus cabezas. Y si la parca decide llevárselos, su fin será digno, con trazos épicos y dramáticos. Están los cegatones, los sordos y los mudos y cada uno de ellos aprende a sobrellevar sus limitaciones, son seres marcados por el sello de lo heroico, se superan y hasta pueden ser felices. ¿Pero yo? ¿Qué tiene de épico esto de andarme conteniendo para evitar una pedorrera de padre y señor mío? Menos mal que el gran Barrasus vive a bastante distancia sino ya sería parte de su galería de personajes indecentes.
Incluso ciertos pensamientos tenían la facultad de meteorizar su estómago, por lo que Augusto sistemáticamente los rechazaba. Como es de suponer, el pobre hombre jamás tuvo novia y no porque no la deseara sino por una delicadeza suya de no tener que someter a la fémina a los efectos de su incombustible necesidad de desocupar a cada momento sus vísceras. Se le tildó de invertido, de misógino, de eremita y todas estas denominaciones no pudieron ser rebatidas por Augusto, demasiado ocupado en su obsesivo afán de buscar lugares solitarios o en su defecto con excesivo ruido para poder aliviarse de esos molestos efluvios que le punzaban las tripas.
Visitó muchos doctores y cada uno de ellos le diagnosticó un meteorismo in extremis, enfermedad violenta y no contagiosa que sin embargo era incluso capaz de invalidad al individuo.
-Usted corre riesgo de sufrir un infarto en cualquier momento debido al esfuerzo que hace por recuperar su equilibrio interno.
Y conteniendo las carcajadas, el médico le recomendó que no pusiera demasiado afán en sus intentos por sentir sus tripas libres de gases.
-Más bien déjelas fluir al ritmo de una sinfonía, cierre los ojos y abstráigase, piense en que esa sonajera no es más que una vía para lograr la espiritualidad.
Y apretándose sus narices y con un espantoso gesto de asco en su rostro severo, el doctor le extendió una receta con todas las indicaciones. Al salir Augusto de la consulta, se sintió un sospechoso ruido que el médico, nada de capcioso, atribuyó a un chirrido de la puerta.
Augusto estaba condenado a trabajar en la calle, sin ninguna compañía a su lado. Asistir a algún espectáculo era algo impensable, puesto que la sola idea de sufrir un bochorno lo angustiaba de sobremanera. A la hora de comer, aumentaba el volumen de su equipo de música y aún así, los vecinos comentaban que la música que se escuchaba en el departamento del pobre tipo sonaba diferente, con unos bajos espectaculares y de una sonoridad sublime. Muchos de ellos se acercaron para preguntarle si lo que escuchaban era Jazz Fusion y que quien era aquel que tocaba con tanto preciosismo el trombón. El les daba cualquier nombre y cerraba la puerta antes que el secreto estallara delante de las curiosas narices, transformándolo en un segundo en el hazmerreír de la vecindad.
Por las noches, entre descarga y descarga de voluntariosos efluvios, rezaba en voz alta y su voz era acallada por los roncos, groseros y burlescos sonidos y entonces su voz alcanzaba la altisonancia de una jaculatoria que culminaba con un amén acompañado por un oprobioso bajo.
Hasta que del cielo vino la inspiración divina que le curaría de una vez y para siempre de su molesta y antisocial enfermedad. Una voz serena, firme, autoritaria, le dijo entre sueños lo siguiente:
“Viajarás hasta tierras lejanas siguiendo la estrella de la mañana hasta dar con un templo gélido en el cual me encontrarás. Allí te liberarás de esta pesada cruz, pero sin embargo es menester que sepas que ello no significa que no tengas que cargar otra que sea hecha a tu medida y conveniencia.”
Ello le dio nuevos bríos a nuestro héroe, quien preparó un equipaje con muy pocas pertenencias y esperó la señal. Al tercer día, apareció una estrella en el horizonte, la cual parecía guiñarle su ojo incandescente para que le siguiera. Así lo hizo Augusto y caminó y caminó hasta quedar descalzo, mas su empeño nunca decayó, puesto que lo único que deseaba era curarse de una vez por todas para poder vivir una existencia normal.
Después de un mes de caminata, sintió que su vista se nublaba y de nuevo escuchó la voz que le decía que no se preocupara, que ello era un designio y que sería conducido al lugar de su sanación. Efectivamente, suaves manos le asieron de sus brazos y le condujeron a tientas.
“Ahora, hijo mío, voltéate y expulsa ese demonio de perdición que hace escarnio de tus interiores”
Augusto, apretó sus ojos y sus manos, contrajo su hinchado vientre y un suave murmullo comenzó a crecer y crecer hasta transformarse en huracán desatado. Un estruendo espantoso le obligó a cubrir sus oídos con sus manos mientras que la atmósfera parecía infectarse por la putrefacción de millones de cadáveres. El fenómeno no parecía acabar nunca y el estruendo crecía hasta alcanzar peligrosos niveles auditivos. A tanto llegó la ensordecedora tronadura que de pronto la voz le gritó:
“¡Detente hijo, detente! ¡No imaginé que esos demonios fuesen tan poderosos!”
Pero el hombre nada escuchaba y su cuerpo se contorsionaba por los millones de volúmenes de gas que huían de sus intestinos vociferando sus malditos trombones. De pronto la tierra comenzó a partirse, una tremenda conmoción interna de la tierra liberaba telúricas y destructivas fuerzas que provocaban caos y devastación.
“¡Nooooo, hijoo, para, paraaaa, porfiado de porquería”
El terremoto asoló vastas extensiones de la tierra y furibundos maremotos cambiaron la configuración de las costas. Nada quedó en pie en varios miles de kilómetros a la redonda y la voz, ya resignada le dijo a Augusto:
“Desde ahora estás curado y tu cruz será desde hoy otra muy distinta. Deberás ser un importante guía de la reconstrucción de algo que no estaba contemplado y que tu mismo desataste. Ahora, a trabajar, hijo por todos esos pobres infelices que lo perdieron todo.”
Desde entonces, Augusto es un moderno profeta que impulsa a la gente a tener ímpetu y voluntad para levantarse de la miseria. Por otra parte, el valle de su curación hoy es una zona inhabitable en la cual nada crece ni nada se reproduce, dado lo pestilente y envenenado de la atmósfera que la circunda…
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