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Una noche me acerqué al palacio del Conde Drácula para pedirle un favor. Sabía que sus posesiones eran enormes y si se despojaba de alguna en favor del pueblo sería tenido en cuenta cuando pasase al otro mundo, y creo que ya lo estaba.

Una vez en el interior de su gran mansión hizo que me sentara en su mesa y cenara con él. En el menú no faltaron los ojos de cernícalo en la suculenta sopa de boa ni las estofadas nalgas de un camaleón muerto en el día. De bebida, un sabroso y sangrante vino que fue alargado hasta llegar a los postres donde la azucarada carita de un murciélago hizo las delicias de ambos.

Prometió estudiar mi petición a cambio de alguna cosa, no era costumbre dar nada por nada. Así que me quedé a dormir en su caserón para poder pensar durante toda la noche que iba a ser lo que yo le ofrecería, o lo que el pueblo podría darle por tan generosa ofrenda.

Fui acompañado por un tuerto y jorobado cuasimodo hasta mis aposentos. Bajé escaleras de caracol y anduve por pasillos oscuros y llenos de telarañas. De pronto, una gran losa de piedra obstruía el paso. El lisiado que me acompañaba gruñó de mala manera y aquella piedra de gran tonelaje empezó a moverse.

Allí estaba, de pie y vestido para una noche de fiesta, el Conde Drácula. Con una mano me señaló mi camastro, que no era otro que un ataúd viejo y destartalado y al lado el suyo, nuevo y decorado con almohadones y cortinas, asas de oro y velas encendidas a su alrededor.

Me quedé solo en aquel lugar mientras el Drácula salía a por presas para succionarles la sangre. Estaba al llegar el amanecer y no podría tardar mucho. Yo, en mi cajita de madera iba repensando aquello que le podría dar. Ni ajos ni cruces, ni amaneceres junto al mar... No sabía de donde sacar alguna cosa y cambiarla por aquello que había venido a buscar. Quería que el Conde repartiera todas sus tierras entre los campesinos, que les fueran donadas de por vida para el cultivo y dejara de cobrarles un dinero que dificilmente conseguían aquellos labradores.

El sol empezaba su diurno camino entre los mortales y en pocos instantes volvería el chupasangres.
Mi trato era que yo le ofrecía una vida inmortal con los humanos todas las horas del día, con sol, a cambio de las tierras.
No aceptó mi propuesta, dijo que no era posible que yo le hiciera inmortal entre los mortales ya que él lo era ya entre los muertos por el día y los vivos por la noche.
Sus colmillos estaban mojados de sangre fresca y mis ropas empapadas de aquel líquido aún caliente.

©TINTIN

Texto agregado el 14-05-2005, y leído por 592 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-05-2005 la verdad es qqeu esa historia del conde hace que me aacuerde de otros personajes que tampoco accceptarian la inmortalidad a cambio de ser un poco solidarios. chu
14-05-2005 curiosa historia...descripciones buenas silpivipiapa
 
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