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La Tocata
La ciudad es un hormiguero de alientos que se aleja y vuelve. El mismo rostro con diferente gesto. Las calles son cordones de vehículos que se mueven a pausas, temblorosos, enganchados por el claxon, la prisa y la ansiedad.
Hay un cielo con grises en desparpajo que presumen agua. El viento que llega tiene olor a metal, cuero y ácido, viene en ráfagas, mueve tendederos, antenas y anuncios espectaculares. Los pájaros nómadas toman un descanso, huyen del frío, del ruido y el smog.
Estoy guarecido bajo una cornisa y miro a la gente que corre, algunos cubren sus testas con los periódicos del día, otros se tapan con un viejo suéter, estremeciéndose. A mi lado, en una tienda de ropa, le están colocando un vestido azul y una peluca rojiza a un maniquí; tiene los brazos abiertos y extendidos hacia adelante: en ese momento tu imagen aletea en mis ojos y me prende en el recuerdo.
Un carro ronronea cerca, toca el claxon con insistencia; me hace señas para que aborde y tu mano, al girar, va de un do hasta un fa. Con la ceja saludo al viejo auto, quien a diario se rompe el espinazo por ti. Tenemos el deseo de besarnos en la mejilla, pero la luz del semáforo cambia a verde y la arrancada es violenta.
Me acerco con la rutina que aprendí hace tiempo; tomas mi mano y la aprietas, como preguntando “¿por qué no me has hablado?” En un tris, haces un cambio en la palanca de velocidades y tu mano, que me sujetaba, se desplaza al volante.
Hablas y hablas y simulo una atención que estoy lejos de tener, mis gruñidos y monosílabos son evidencia de que deseo continuar en silencio. Tú sigues la plática como si entre nosotros nada hubiese ocurrido. Muestras tu imagen de anteayer y no la de hoy.
No quiero escucharte decir que la mañana es fría, que llueve a cantaros, que la polución, el tráfico.
—Maneja, sólo maneja, no deseo platicar contigo. Así que ¡sólo maneja!
Me miras sorprendida, pues antes no te hubiera hablado de ese modo; de haberte permitido continuar, tendría el fastidio de tu discurso como esferitas tintineándome el alma. Pero todo cambia.
Las calles encharcadas detienen el tránsito; el vehículo se asfixia, estornuda cada vez que el rojo lo obliga a suspender la marcha. La avenida es larga y el semáforo se reproduce en cada esquina.
Aquella mañana –cuando por primera vez nos encontramos – ya te conocía, porque todos me hablaban de ti, de tu sonrisa, la charla, tu cercanía con la música. Y también sabía del carro, que era viejito, pero ¡qué cómodo! Jamás se quedaba, era un burrito de trabajo, sobre todo para una mujer. ¡Imagino en qué problemas te verías, si el carruaje se detuviera en cada esquina, y con el tráfico de México! ¡Qué carácter bonito, nunca enojada! ¡Y cómo cambiabas cuando tus manos iban y venían por el teclado del piano! Recuerdo que cuando te sentaste, los cabellos se tendieron en la superficie de la mesa. Olías a mañana de pueblo, que en la noche se lava por la sorpresa de un chubasco. Tus ojos negros, vivos, zigzagueantes, difíciles de atrapar, te otorgaban la belleza de un pez en movimiento.
El café llenaba de olor la estancia y mientras platicábamos aspiré tu presencia. Te imaginé dentro de mí. Fue una delicia verte a mis anchas y enjuagarme con tu aroma a manzanilla. Te inventaba recovecos para dejarte en mis entrañas, pero no fue posible... y escapaste.
Me habías conocido con la barba de varias noches y ojos adormilados. ¿Abrirlos? ¡Para qué! Era ver lo mismo: los monitos de porcelana en actitud de darse un beso con una patita levantada, el reloj con el gorila que al aplaudir daba las horas.
Así llegaste a mi vida. Simplemente te entregué el ropero, el cajón de olores, las palabras rotas, mi insomnio, y esa tristeza adosada por años a mi equipaje. Mi piel fue cambiando de textura, el color viejo se hizo más vivo, y se limpió de resabios. Poco a poco pude sentir que dentro de mí había un germen que respiraba.
—Luces mejor que cuando te conocí –me decías – antes estabas indefenso, cercano a la lejanía, escondido. Hoy eres diferente y tus manos, si llega el viento, parecen dos rehiletes.
Era increíble, ¡me tomabas en cuenta!
Tal vez te acercaste por un sentimiento mórbido, pero me suavizaste la piel con tus caricias y mis ojos eran dos girasoles cuando tu mejilla descansaba sobre mi pelo. El tiempo se volvía un instante y el alma se vitalizaba.
Me quitaste las ropas sucias y la barba de tantas noches. Estabas en mí sin estarlo y mi corazón presuroso brincaba queriendo salirse del jarrón. Contemplarte era descubrir el mundo, tener un sol dentro de mí, ¡un asombro! Observar tu carro doblando la esquina me incitaba a seguirlo, a gritarle al semáforo que se quedara en rojo.
Pero fui dejando de ser... hasta que ya no pude ser sin ti. ¡Qué difícil explicármelo! Era como sumergirme en un río sin saber nadar, bracear sin ton ni son, hasta el desmayo, percibir que en el fondo resbalaban los musgos por la calvicie de mis rodillas y el agua llegándome al alma a través de las corrientes celulares. Luego, cuando al fin alcanzaba la orilla, volvía la soledad; cabizbajo, solía regañarme por no haber interpretado correctamente tus señales.
Hoy, a tu lado, soy consciente de que yo era un papel que con cualquier remolino daría vueltas y vueltas y seguiría girando, aunque el torbellino no estuviera.
Conduces rápido y tomas Insurgentes mientras los charcos se acuestan en las esquinas. De la tercera velocidad pasas violentamente a la segunda, sacando una cortina líquida que moja a quienes esperan el urbano. Me miras y te encoges de hombros.
—Como quiera ya estaban empapados, además, llegarán a sus casas a bañarse. No te he dicho, mis manos cada día son más hábiles, ya puedo tocar la tocata en fuga. Sabes de quién es, ¿verdad? —dice.
—Déjame en la esquina, por favor.
— ¡Oye, te vas a mojar! Si lo deseas te dejo en el metro. ¿Quieres?
—No, gracias.
El agua fría se escurre por mi cuello, no hago nada para evitar que siga por la espalda. A lo lejos, un muñeco de luz toma la guitarra y saca chispas que se pierden en la oscuridad de la noche. A mi lado, un trolebús mueve pesadamente su carga.
Es la gente que busca su cueva.

Texto agregado el 25-08-2003, y leído por 1101 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
03-10-2012 Tu narración es suave como deslizarse en seda por cada párrafo. También es potente. Tiene la fuerza para enganchar. Un gozo real el haberte leído. Felicidades. umbrio
08-05-2008 Hermosa y original narración con un halo de misterio. Todas mis estrellas y mi cariño. flop
05-12-2007 Una narrativa deliciosa, descriptiva con sabores e imágenes que transportan al frio de la lluvia, al ansia de la espera, al fastidio de la rutina, a lo dulce del recuerdo, a lo fresco de la risa, a lo gris de la nostalgia…texto que más que dudas y preguntas, deja libre la imaginación para que sea el viento que haga girar…los “rehiletes”? cinco estrellitas brincoteando los charcos! jeje Aliacanitidia
15-12-2005 Es un cuento bellísimo, entre realidad y sueño. Me impresionó como se relata el efecto positivo del amor sobre la persona que recibe amor: "Mi piel fue cambiando de textura, el color viejo se hizo más vivo, y se limpió de resabios. Poco a poco pude sentir que dentro de mí había un germen que respiraba". Qué lindo cuento... Miles de besos estrellados ctapdb
29-11-2005 Que decirte...??? comprendo porqué es una de tus preferidas. Un abrazo. lilianazwe
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