Oigo el clap, clap del vaso de aluminio chocando contra los barrotes y suspiro. Ya ni sé porque lo hago pero se me enciende un poco la mirada. Todavía respira- me digo- y sigo en mis cosas.
Es ingrato este trabajo, injusto y triste. Pero también es un contrato sin cláusula de vencimiento, sin posibilidad de rescisión unilateral, una emboscada.
Los gritos que en un principio me crispaban, ahora resultan un alivio. Es insólito que aquello que se odia pueda convertirse en objeto de culto. Y están los llantos, también, que he aprendido a no escuchar, y las demandas... En fin, la vida es dura, es oscura e implacable, pero no queda más que sufrirla para los que no tienen coraje como yo.
En las horas tranquilas, sin embargo, hasta puede respirarse paz. Esto es pasado el mediodía, cuando las horas transcurren con un letargo envidiable. Parece que todos los reclusos se ponen de acuerdo para dejar de gritar, se toman un respiro, y eso es la imagen más cercana al paraíso que me puedo hacer en este purgatorio.
Pero todo se paga y esa ausencia de conflictos ya ni la recuerdo por la noche, cuando a todos se les dá por extrañar sus casas, a sus padres, sus amores y hasta la comida. Por protestar contra el régimen y por sentir dolor.
No hay nada que hacer contra eso, es como si estuviera escrito y a la larga uno se acostumbra y aunque sea incapaz de reconocerlo siente un poco de pena por esas almas solas condenadas a muerte. A una muerte inexorable y lenta. A una muerte que comenzó mucho antes de que entraran acá.
Pero estamos bien aleccionados los que hacemos esto, no se nos permite la sensiblería barata, ni los raptos de nostalgia ajena. Debemos recordar que estos pobres críos son hijos de puta que atentaron contra el país. Malditos “ponebombas”.
Sea lo que sea, yo a veces extraño la vida normal: dormir por las noches, salir de joda de vez en cuando, ver a mi mamá. Que se yo, tantas cosas...
Clap, clap
Esta es la chiquita de la 6, sigue viva después de la bailada, pobrecita, muere de sed aunque sabe que puede morir si toma agua. Que no me convenza Dios mío, que no me convenza.
|