LUCES DE COLORES

Solo pude ver la luz cegadora sobre nuestras cabezas. Los colores parecían danzar en círculos interminables, cambiando sus brillantes tonalidades sin ninguna regla relativa al color, de tal suerte que transformaban su tono e intensidad a capricho pasando de los rojos a los azules y amarillos, regresando a los verdes, siempre con violentos destellos dorados y plateados que parecían ser la pauta para el aparente desorden. Un extraño rugido apagado acompañaba a ésta danza sobrecogedora que nos mantenía atónitos sin poder retirar nuestra mirada del espectáculo escalofriante que desafiaba cualquier antecedente que tuviéramos de esta fuerza inexplicable que nos visitaba inesperadamente. Boquiabiertos e inmovilizados por un extraño haz de luces que partía del centro del círculo perfecto del objeto que se posaba sobre nuestro camión de registros eléctricos, supimos que esa noche viviríamos lo que jamás hubiéramos imaginado en las serenas mesetas de la costa del Golfo donde trabajábamos en los pozos petroleros.
En un instante nos vimos envueltos en un espiral de fuego que pareció desintegrar nuestros cuerpos y los objetos que nos rodeaban y en medio de un estruendo horrísono, parecimos elevarnos a una velocidad astral y subiendo de intensidad nos fundimos en una sola entidad emitiendo silbidos que llegaban a ser casi imperceptibles pero persistentes en un extraño código que se repetía y en el que parecíamos encontrar una extraña tranquilidad, una paz que a pesar de lo inusitado de ese instante nos brindaba el aliciente esperanzador de que todo terminaría bien.

El agua fría en los pies descalzos me despertó. La imagen de la playa en el amanecer me hizo sentir esa extraña emoción que desde entonces me acompaña. Mis compañeros despertaron casi al mismo tiempo e intercambiaron esa mirada de complicidad que aquel raro evento nos hizo vivir una noche cálida del trópico. Jamás fue encontrado nuestro camión ni objeto alguno aparte de nuestros cuerpos desnudos en la orilla del mar.