Otra vez domingo. Encerrada en el departamento, ni un solo llamado telefónico. El edificio parece vacío los domingos. Claro, es mediodía. Deben estar almorzando en su pueblo, rodeados de sus familiares y amigos. La única que se queda soy yo, solo yo... solamente... sola.
Prefiero quedarme en la cocina, parece más cálida, desde la ventana puedo ver el cielo soleado... ¡Qué día precioso para caminar junto al río!
Pero cuando giro la cabeza atraída por el gotear de la canilla, veo un vaso, una taza, un jarrito, un... uno... una... ¿Y para qué más? ¡Así es mejor! Menos trabajo, en cinco minutos ordeno todo, es cuestión de que me dé ganas de lavar.
¿A quién quiero engañar? La soledad se apodera de todo, este silencio es soporífero... angustiante...
Mejor sería que aproveche para descansar, sí, es mejor que me acueste y duerma, debo estar agotada del trajín de la semana. No. ¡Ya sé! Creo que en la televisión pasaban esa película que no pude ver en el cine. No, mejor aprovecho para leer esa novela que dejé por la mitad hace un mes, la que empecé a leer con Fernando... Ya pasó un mes desde que nos peleamos...
¡Vamos! ¡No empieces a autocompadecerte! En seis días ensuciaste pocas cosas. ¡Eso es bueno! No se te arruinan las uñas y el esmalte guarda su brillo de recién pintadas. Es más práctico calentar algo en el microondas, teflón.. No hay que refregar, ¡se lava rápido!
Hay que simplificar las tareas así tengo tiempo para hacer lo que me gusta.
¡Me parece interminable el detergente! ¿Será que casi no lo uso? Cuando él estaba siempre se llenaba de amigos que ensuciaban todo, este lugar es demasiado chico para tanta gente. Los ceniceros desbordaban colillas y cenizas, se impregnaba todo con el olor del cigarrillo. ¡Era imposible quitarlo!
Probé poniendo limones partidos al medio como me aconsejó Alejandra, también con manzanas enteras verdes en las repisas, que según Milagros era infalible. ¡Y nada!
Todo olía a tabaco. ¡Hasta el aire! Ese aire que se inundaba de voces, cantos, risas... Fernando contaba chistes y cuentos, reía a carcajadas sonoras. Me rodeaba con los brazos desde atrás, los dos sentados en el piso y me hacía apoyar la espalda en su pecho mientras su barbilla se acomodaba en mi hombro derecho y pegaba su mejilla a la mía. ¡Qué hermoso era escuchar su respiración que obligaba a la mía, sin quererlo, a seguir su ritmo!
Treinta días y diez horas desde que se fue. Justo cuando al fin se decidió a colocar ese dichoso cerámico caído meses atrás... y ahí sigue apoyado en la pared junto a la canilla como él lo dejó. En mediodías como este miro ese cuadrado color ocre y pienso que lo está esperando, que ansía sentir las manos de Fernando aferrarlo, que extraña el calor de su mirada recorriéndolo atentamente...
Todos los domingos me transformo en cerámico.
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