Buscando un tema para la columna de hoy un amigo me sugirió: Habla de los diminutivos, a ti que tanto te gustan. Reflexionando sobre el asunto intenté evaluar el peso del diminutivo en los textos que escribo y en los que leo; y me di cuenta del incalculable valor de subjetivización (valga el neologismo) que tienen.
El uso del diminutivo en español es un importante fenómeno pragmático de comunicación mediante el cual el hablante codifica su idiosincrasia cultural y sus intenciones comunicativas. El uso del diminutivo en esta lengua responde a procesos de subjetivización condicionados culturalmente.{1}
Siempre he pensado que tiene magia: su función es la disminuir e indicar que algo es más pequeño de lo normal, sin embargo tiene una fortísima carga semántica subjetiva que supera al mayor de los aumentativos. Un ejemplo: no es lo mismo decir se quedó sola que se quedó solita, ese solita nos implica y eleva la soledad al infinito; o ... con los ojos llenos de lágrimas que ... con los ojos llenitos de lágrimas, ¿dónde hay más lágrimas?
La copla española es un gran exponente de la intensidad dramática del diminutivo: Pena, penita, pena", "... que se me han clavaíto en el corazón". Éste último, un diminutivo en un verbo, algo exclusivo del castellano, es un tesoro en vías de extinción; igualmente ocurre con los gerundios que utilizamos a modo de imperativo y además con el énfasis inestimable del diminutivo como "andandito" o "callandito", que indican una gran intensidad.
La idiosincrasia cultural nos da unas muestras de viveza y riqueza que, aunque aquí no puedo abarcarla como quisiera, voy a esbozar brevemente. En España hay casi tantas terminaciones de diminutivo cultural como regiones, -ito, -ico, -uca, etc., todas ellas reflejadas en la literatura ampliamente, pero que, poco a poco, van desapareciendo de ella y del habla cotidiana.
En Latinoamérica la cantidad de bellísimos matices es para escribir una enciclopedia. Charlando con una amiga de esta página me dijo: El diminutivo en América es algo más que una alusión a la brevedad, pues la mayoría de diminutivos conllevan cariño, confianza y respeto. y me apuntó unas cuantas perlas del uso del diminutivo: Si un campesino va a lo del médico, entrará al consultorio con «permisito», llamará al médico «doctorcito», le dirá que tiene un «dolorcito» y se despedirá diciendo «adiosito».
La vorágine de la vida que llevamos, sobre todo en ciudades, está haciendo que perdamos ese valor inconmensurable por prejuicio o quizá por ese aislamiento que hace que nos de vergüenza demostrar nuestro cariño o que nos va menguando la comunicación interpersonal. Esta amiga mía me decía al respecto: creo que también se va perdiendo porque el trato entre las personas se hace menos cálido, hay menos tiempo para el intercambio de caricias y de palabras. Qué razón tiene, efectivamente el diminutivo es como una caricia que ya no damos.
Si tu corazoncito se conmovió un poquititito, acaricia con diminutivos, no escondas ese tesoro que nos ofrece nuestra lengua.
Madrid, 12 de mayo de 2005
Juan Rojo con la inestimable colaboración de mi amiga Nieves (neus_de_juan).
(Nota: siento que un errocito informático de mi endiabladito PC dejara en un principio esta columna reducida al absurdo. Disculpad las molestias y agradezco las primeras estrellas regaladas que interpreto como ánimos)
1. Jeanett Reynoso Noverón, Procesos de gramaticalización por subjetivización: el uso del diminutivo en español, Universidad Nacional Autónoma de México
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