La mañana se torna fría de plano. En el lugar céntrico de la ciudad, atiborrada de gente y con ritmo ciertamente lento se encontraba Andrés Cáceres recorriendo su lugar de trabaja: las calles. Andrés Cáceres era uno de los hombres más ricos de Cristópolis y sin duda, uno de los solteros más codiciados luego de la muerte de su esposa por Tuberculosis. Su fortuna estaba dividida en múltiples rubros del qué hacer económico: industrias, manufacturas, consorcios monopólicos, transporte e incluso en el mundo de las comunicaciones siendo dueño del 51% de “La Gazetta Cristopolitana”, el diario local de la ciudad. También era reconocida su amplitud cultural y su vasto conocimiento del mundo: compartió con hombres influyentes de la política nacional; viajo a España, Italia, Francia y el Reino Unido, siendo incluso muy amigo del asesor cercano al Primer Ministro.
Esa mañana helada, por no decir gélida, recorría en su limusina los negocios que el tenía a su haber. A todos lados iba con su secretario personal, un apuesto joven que a parte de llevar cada una de las actividades de Cáceres registrada en su agenda, también hacía de relacionador publico y administrador de sus llamados. Una de las grandes virtudes de Regino Sainz, el secretario del magnate, era que a parte de tener un gran manejo mediático, era considerado uno de los hombres al servicio de Cáceres con más preparación de su equipo de trabajo, sin considerar también su buen manejo del inglés, el alemán, el italiano, el francés y el eusquera, su lengua natal.
- ¿Cezzano, como le va?
- Don Andrés, que piacere verle esta mattina!!
- Vaya, ud. Y su acento italiano… infaltable. Cezzano, necesito que me pase los libros de contabilidad y un informe sobre el estado de ventas de la semana recién pasada.
- No faltaba más Don Andrés. En uni minitti, tutto e listo.
- Despreocupese Cezzano, yo espero paciente.
“Padre!, padre, como esta ud hoy?” Se escucha en la entrada de la tienda. Era la hija de Andrés Cáceres, Nicole, el problema era que Cáceres estaba desconcertado con la presencia de su hija.
- Querida Nicole, ¿y tus clases?
- Ay, papi!, es que la escuela es tan aburrida… además, hoy o vino la maestra, así que el director de plantel nos dejó irnos más temprano.
- Bueno, está bien Nicole, pero si descubro que me estas mintiendo…
- Padre, me extraña, como hija tuya sabes bien que una Cáceres siempre debe ser una persona correcta. Además, yo te quiero mucho y no podría cometer tal acto de desagravio.
Nicole Josefina Cáceres Lacroix nació en Nottingham, Inglaterra, hace 17 años atrás. Vivió hasta los cinco años en esa ciudad, ya que la familia se vio obligada a volver a Cristópolis producto de la enfermedad de Celine, la esposa de Andrés y madre de Nicole. No pasaron más de tres años cuando en la clínica Miguel de Cervantes falleció. Ese hecho marcó fuertemente la vida y personalidad de Nicole, ya que inconscientemente quiso ser igual a su madre, pues si lo era en el físico, por qué no en virtud y actitud. Nicole es una chica bella, tan bella como lo era su madre. En la escuela donde ella estudia, se ha ganado el respeto de sus pares producto de su manejo brillante de las artes, en especial de la música. También lo que más se destaca en ella es que se preocupa únicamente de ser una estudiante notable, lógico, ella es la heredera del Imperio Cáceres, sin embargo, es tanto su cariño por su padre que esa misión se tornó para ella una obsesión, un premio mayor que ha costado el corazón de al menos diez hombres que quisieron ser su pareja. Pero hay una razón muy especial que la hace reaccionar así en la vida: ella está enamorada.
- Señorita Cáceres, ¿como le va?
- Muy bien estimado Sr. Sainz. Qué vigoroso está ud. Hoy.
- Bueno hija –decía Cáceres con tono familiar y coloquial- es que Regino es ciertamente un tipo trabajólico. Ojalá algún día puedas encontrar un hombre así.
Sí. Es cierto. Nicole Cáceres estaba profundamente enamorada de Regino Sainz. No solo por ser un hombre apuesto e inteligente, sino porque además tiene un manejo tan notable de los códigos sociales que ella sin duda se sintió deslumbrada con tamaña brillantez.
Luego de aceptar que su hija lo acompañase a las diligencias, Andrés Cáceres pospuso su llegada a la oficina para conversar animadamente con su hija en el Café Gótico, el lugar por excelencia de los intelectuales en Cristópolis. Ambos pidieron un café y unas galletas para acompañar. Se rieron del lugar que cada día cambia su aspecto, también se sorprendieron por el nuevo músico que había en el local. La conversación central no demoro mucho en suscitarse: Andrés le pregunta a Nicole que como se ha sentido sabiendo que esta semana se cumplían diez años de la muerte de su madre. Nicole, con ojos azules evidentemente afectados por el recuerdo, no supo que decirle, no supo explicarse y solo atino a decir que es una semana especial.
- Nicole, yo sé que este tema no es fácil para ti. Pues te digo con honestidad hija mía, para mí tampoco.
- Padre mío, qué quieres decir con ello.
- Hija, no te lo puedo ocultar. Es un secreto que me he guardado desde que a tu madre la sepultaron.
- ¿Qué pasa papá? Dime que te ocurre y te prometo que podré ayudarte en lo que sea.
- Nicole. Tu viejo padre ya está cansado. No tengo ganas de hacer nada y, si aún hago estos recorridos por mis tiendas y voy a la oficina, es porque te veo con tanto entusiasmo disfrutando tu juventud que me recuerdas a tu madre. Es como si su mensaje se traspasara en ella.
- Padre, no te entiendo. Necesito que me digas que te ocurre.
- Hija. Tengo depresión. Depresión endógena grave.
La expresión de Nicole cambió, estaba confundida, no supo que hacer.
- Pero cómo… ¿qué es eso?
- Nicole, angelito mío… ¿cuando murió tu madre, te acuerdas que estuve triste durante una año entero?
- Sí, ¿y?
- Bueno, ¿y te acuerdas que viajé a Austria, a buscar cura a esta tristeza?
- Sí, ¿y?
- Bueno hija, resulta que…
Tras la muerte de Celine Lacroix, Andrés Cáceres se sentía solo y desganado, no sabía a donde apuntar su vida ni mucho menos hacia que figura tornar sus emociones. En esos instantes, había escuchado hablar de Sigmund Freud, un psicólogo austriaco que había sido galardonado por sus teorías sobre el psicoanálisis y la psicodinamismo. Pues como Andrés tenía los recursos para ser atendido por los mejores especialistas, viajó hasta Austria para pedirle a Freud que lo examinara y que pudiese ver por qué no había respuesta en su vida.
Llegando a Viena, Austria, se entrevistó con varios científicos que pudiesen haberle dado alguna pista sobre el paradero de Freud, pero fue imposible, nadie sabía donde podría estar. En una de sus visitas infructuosas, vio en un aviso de periódico local que en las instalaciones de la Universidad de Viena se estaba realizando un congreso de psicología, en la cual el Doctor Freud comentaría su estudio sobre el inconsciente y la libido de los seres humanos. Andrés, luego de largos minutos de trámite, logró conseguir entradas para tal congreso, y asistió en compañía de Albert Schappner, un amigo que no veía desde el tiempo de la universidad, cuando Cáceres fue a diplomarse a Cambridge.
Llegaron a la Universidad y en el ambiente se sentía la expectación sobre esta conferencia. Se decía incluso que lo de Freud solo serían disparates de una noche de juerga. Pero tras pararse en el estrado y hablar sobre su teoría, los presentes entraron en estado de alumbro: nunca antes un psicólogo había expuesto de manera tan sólida, por supuesto, esto llamó la atención de Andrés Cáceres, quien le pidió a su amigo Albert (quien tenía dominio del alemán) que le consultara si se podía acercar un momento hasta donde estaba él para poder una visita a su consulta. Efectivamente tras el saludo de protocolo, Sigmund Freud no tuvo objeción en aceptarlo en su consulta.
- Pero Padre, al final de la visita a la consulta del Dr. Freud, ¿Qué te dijo?
- Bueno hija, me dijo que yo padecía un cuadro de depresión profunda, el problema es que el hecho de que tu madre se hay muerto, significa que su partida marca el punto crucial en mi vida, un antes y un después. Por esto mismo, es que mi enfermedad es de carácter endógena.
- Amado Padre, estoy muy conmovida y afectada por su problema…
- Tranquila hija… todo estará bien.
Tras la conversación, Andrés Cáceres se dirigió al Cementerio Católico para visitar la lapida de su señora. En un rincón, oscuro, abandonado y triste se hallaba su última morada, no era un lugar húmedo, sino seco pero cargado de pena y recogimiento. Dejó las flores encima de la lapida. Se arrodilló y le rezó. Luego del rezo, comentaba su día: le habló que los negocios marchaban a la perfección, le comentó acerca del rápido crecimiento de su hija y de que, aparentemente, ella estaría interesada en su secretario “y no es para menos, Regino es un buen muchacho… un gran partido para nuestra hija” decía con la voz entre quebrada… lloró. Sus ojos se inundaron en lágrimas y pareciera que cada gota estuviera escrita con el nombre de su amada Celine.
Sale del lugar, algo apesadumbrado pero esperanzado, ya que siente en su corazón que la herencia de Celine está bien resguardada en su hija. Pero su recuerdo, aquellas imágenes de París, caminando y sintiendo el arte en los poros, era más fuerte que cualquier otra cosa. |