QUIMERAS
Sentado en el cordón de la vereda, mientras encendía un pucho y tomaba el vino tetra; observaba la gente pasar. Todos absortos en sus problemas, pensando seguramente en el trabajo, en las tareas que hacer en el hogar, llevar los chicos al colegio, pasar por la lavandería, ir al supermercado, llamar al mecánico, pagar las cuentas, etc., etc., etc...
En cambio yo, estaba allí sentado, disfrutando el último cigarrillo, asoleándome con los tibios rayos de este sol de otoño y saboreando el único vino que pude comprarme con los veinticinco pesos que me quedaban en el bolsillo. Una sonrisa irónica se instaló en mi rostro, imitando una aparente felicidad.
Felicidad, placidez, alegría, satisfacción, gozo. Adjetivos ajenos. Placeres inventados para los otros, que se los creen. Por ejemplo, esa mujer que va caminando por la otra vereda. Lleva su niño en brazos. El bebé llora. Trata de calmarlo. Lo mece. Lo acaricia. Sonríe simulando un bienestar que no siente. Pero no sería correcto, zarandearlo y gritarle que por favor se calle. Hace meses que solo escucha ese lloriqueo incesante. Días, noches, semanas, que no sabe lo que es dormir ocho horas seguidas. Que no puede ducharse sin tener que salir enjabonada del baño, porque el crío no para de llorar. Al contrario ríe.
Este mundo es un ilusorio. Nada es real. Todo es aparente.
Sin embargo, nos vendieron el sueño. Y nos lo creímos. Lo compramos y jugamos el mejor rol que podemos. Actuamos ser buenos padres. Hijos. Amantes. Esposos. Compañeros de trabajo. Ellos mueven los hilos y como marionetas en un escenario ficticio ejecutamos la obra de la vida.
Yo pude elegir. Soy un afortunado. Quebranté todas las reglas. No fui buen hijo. Jamás me case. Las mujeres solo las uso, cuando ya mi mano cansada de masturbarme me pide un trozo de piel. Nunca trabajé. Bueno...si robar, estafar, jugar con el azar no es un laburo. No trabaje. A mi no lograron engañarme. De esta zafé.
Salsi |