Hacía una noche cerrada, el viento golpeaba violentamente las ventanas del edificio, el frío de la nieve caído durante todo el día parecía elevarse por las paredes del bloque de pisos como trepan las enredaderas por las tapias de los jardines, nada quebraba el silencio de la habitación de Mara, nada rompía su quietud, su soledad. En las paredes fotos, unos cuantos recuerdos, metáforas de momentos que pasaron hace tiempo y que no quería olvidar, sin entender que era imposible no retener aquellas cosas en lo mas profundo de su corazón y su memoria. En el centro de su armario la foto de su caballero, aquella desenfocada que lo mostraba fumando un cigarrillo, junto a el Dawa, el cuento, el sueño, la magia hecha del verso a la carne y de la carne a la fantasía, capaz de mostrar la violencia de las cosas o lo elemental que pueden llegar a ser a veces las cosas mas rebuscadas del mundo, su voz… fuente de placer.
Cuando se sentía sola contaba sus fotos de la pared, por si acaso alguna había conseguido escapar a su hechizo, pero siempre seguían allí, esperándola, mirándola, siguiéndola a cada paso que daba sin dar tregua a los sentidos del que siente sin miedo y sin esperanza de volver a sentir algún día, como un pajarillo encerrado en una cárcel de placer y atado de la eternidad de los cantos de burdel, allí estaban todas, intentando dar ese mensaje que Mara nunca conseguía descifrar, hablándole a susurros, insinuándose mediante gestos sin acciones, con palabras sin sonido que ella no conseguía entender. No conseguía recordar cuanto tiempo llevaban allí, cuantos nevadas habían visto por la ventana de su solitario piso, desde la inmensidad de ese pequeño cuarto altar de recuerdos, pero sabían que no eran pocos días, quizás meses o tal vez años, al fin y al cabo tiempo, silencio, pues eso las envolvía, silencio de voces vacías dibujadas en una pared blanca.
De pronto algo quebró su quietud, un leve y fino rayo de sol entró por la ventana, aquel insolente que cantaba Sabina en una canción empezó poco a poco a alumbrar el cuarto de forma natural, Mara miró por la ventana, pues frente a ella estaba, observó el exterior: la calle, los jardines, la iglesia de la purísima de una Salamanca preciosa, nevada, blanca y eterna. Mara se quedó embobada mirando por la ventana, al cabo de las horas los niños comenzaron a hacerse sonar por las calles camino de los colegios, el olor a desayuno recién hecho comenzó a invadir el edificio, el sonido de los despertadores de los vecinos a sacarla de su estado de aletargamiento y Mara volvió a respirar, recuperó el pulso y empezó a ser consciente; estaba vestida, allí, frente a la ventana de su cuarto mirando la calle. Creía haber pasado la noche durmiendo, incluso podía recordar el momento en el que se metió en la cama y, cerrando los ojos muy lentamente había conseguido quedarse profunda y felizmente dormida, pero, entonces… ¿que hacía ella frente a la ventana?, ¿cuándo había salido de la cama? ¿Cuál de los sueños había sido reales?, ¿porqué las fotos ya no estaban colgadas de la pared? Y lo mas importante… ¿porqué las caras que hasta ahora estaban acostumbradas a saludarla desde la pared de su cuarto ahora la observaban desde el otro lado del cristal, allá sentadas en un banco del parque?
Se bienvenida a nuestras vidas cuando de nuevo decidas hacerlo, mientras, se te sigue echando de menos.
|