No habían símbolos de conciencia. Él se había pronunciado. Sólo quedaban especímenes que despojaban sus virtudes en busca de gloria ofreciendo gran parte de su tiempo al dios de la vanidad. Su mensaje, unido a su verborragia afilada, se materializaba en dar patadas al viento desde el más profundo de los abismos. Todo lo que parecía ser necesario se transformaba en esencial; todo sujeto debía esconderse debajo las horas. Sus palabras rezumaban esperanza y desolación a partes iguales. Se deleitaban escuchando sus mudos coros divinos en compañía de sus séquitos mientras manoseaban las cuerdas de sus destinos.

( Dedicado a A.Kainz; inmolado en un precioso rebaño con atisbos de esperanza llamado secta ... )